(ZENIT – 30 marzo 2018).- Los textos de las meditaciones sobre las catorce estaciones del Vía Crucis de este año han sido escritos por quince jóvenes, de una edad comprendida entre los 16 y 27 años.
Este texto no tiene comparación con las ediciones del pasado debido a la edad de los autores: jóvenes y adolescentes (nueve de ellos son estudiantes del Liceo de Roma Pilo Albertelli).
Asimismo, es novedad en la oración del Vía Crucis de este año la dimensión «coral» de este trabajo, sinfonía de muchas voces con tonos y sellos diferentes. No existen «los jóvenes», sino Valerio, María, Margarita, Francisco, Clara, Greta…
Jóvenes estudiantes de Roma
El grupo está coordinado por el prof. Andrea Monda, Licenciado en Derecho y Ciencias Religiosas, escritor y ensayista. Los jóvenes son estudiantes de una escuela secundaria romana de Letras, donde el prof. Monda enseña Religión.
Los jóvenes autores son: Valerio De Felice (I Estación), Maria Tagliaferri e Margherita Di Marco (II Estación), Caterina Benincasa (III Estación), Agnese Brunetti (IV Estación), Chiara Mancini (V Estación), Cecilia Nardini (VI Estación), Francesco Porceddu (VII Estación), Sofia Russo (VIII Estación), Chiara Bartolucci (IX Estación), Greta Giglio (X Estación), Greta Sandri (XI Estación), Dante Monda (XII Estación), Flavia De Angelis (XIII Estación), Marta Croppo (XIV Estación).
Con el entusiasmo típico de su edad aceptaron el reto que les propuso el Papa en este año 2018, dedicado principalmente a las jóvenes generaciones. Lo han hecho con una metodología precisa. Se reunieron en torno a una mesa y leyeron los textos de la Pasión de Cristo según los cuatro Evangelios. Se pusieron, por lo tanto, ante la escena del Vía Crucis y la «vieron».
Después de la lectura y dando el tiempo necesario, cada uno de los chicos manifestó qué detalle de la escena lo había impresionado. De este modo fue más fácil y natural asignar las distintas estaciones.
Ver, encontrar y rezar
Tres palabras clave, tres verbos, marcan el desarrollo de estos textos: en primer lugar, como ya se ha mencionado, ver, después encontrar, por último rezar.
“Cuando se es joven se desea ver, ver el mundo, ver todo. La escena del Viernes Santo es poderosa, incluso en su atrocidad: verla puede provocar rechazo o misericordia y, por tanto, ir al encuentro. Precisamente como hace Jesús en el Evangelio todos los días, también este día, el último. Él encuentra a Pilato, Herodes, los sacerdotes, los guardias, su Madre, el Cireneo, las mujeres de Jerusalén, los dos ladrones, sus últimos compañeros de camino”, se indica en la introducción del Vía Crucis.
Cuando se es joven se tiene la oportunidad de encontrar a alguien cada día, y cada encuentro es nuevo, sorprendente. Se envejece cuando no se quiere ver a nadie, cuando el miedo que va aislando vence a la apertura confiada: miedo de cambiar, porque encontrar quiere decir cambiar, estar dispuestos a ponerse en camino con ojos nuevos.
Finalmente, ver y encontrar empuja a rezar porque la vista y el encuentro generan misericordia, también en un mundo que parece carente de piedad y en un día como este, abandonado a la ira absurda, a la cobardía y a la pereza distraída de los hombres.
“Pero si seguimos a Jesús con el corazón, también a través del misterioso camino de la cruz, entonces pueden renacer el valor y la confianza y, después de haber visto y estar abiertos al encuentro, experimentaremos la gracia de rezar juntos, y nunca más solos”, concluye el prólogo a la oración del Vía Crucis.
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