“La teología después de Veritatis gaudium en el contexto del Mediterráneo” – Discurso del Papa

El Santo Padre Francisco se ha desplazado esta mañana a Nápoles para participar en el encuentro organizado por la Pontificia Facultad de Teología del sur de Italia – Sección de San Luis: “La teología después de Veritatis gaudium en el contexto del Mediterráneo “(20-21 de junio de 2019).

El Papa Francisco fue recibido por el cardenal arzobispo de Nápoles y Gran Canciller de la Facultad Pontificia, Crescenzio Sepe, el obispo de Nola, S.E. Mons. Francesco Marino, el Superior General de la Compañía de Jesús, Padre Arturo Sosa Abascal, S.I,  el Vicecanciller de la Facultad y Superior Provincial de los Jesuitas, Padre Gianfranco Matarazzo, S.I., el Decano de la Facultad, don Gaetano Castello, el vicepresidente, Padre Giuseppe Di Luccio, S.I., el Superior de la Comunidad, Padre Domenico Marafioti, S.I., y por el Rector del Pontificio Seminario de Campania, el Padre Francesco Beneduce, S.I.
La sesión pública del encuentro tuvo lugar en la plaza frente a la Facultad. Después de  las intervenciones del segundo día de los trabajos, el Santo Padre pronunció el discurso que publicamos a continuación.

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Discurso del Papa Francisco

Queridos estudiantes y profesores,
Señores cardenales

Me complace encontrarme hoy con vosotros y participar en este congreso. Devuelvo de todo corazón el saludo del querido hermano, el Patriarca Bartolomé, un gran precursor de la Laudato si’ –precursor desde hace años- que ha querido contribuir a la reflexión con su mensaje personal. Gracias, Bartolomé, hermano querido.

El Mediterráneo es desde siempre lugar de tránsito, de intercambios y, en ocasiones, también de conflicto. Conocemos tantos. Este lugar plantea hoy una serie de cuestiones a menudo dramáticas. Se pueden traducir en algunas de las preguntas que nos hicimos en la reunión interreligiosa de Abu Dabi: ¿Cómo podemos custodiarnos mutuamente en la única familia humana? ¿Cómo alimentar una convivencia tolerante y pacífica que se traduzca en auténtica fraternidad? ¿Cómo hacer que prevalezca en nuestras comunidades la acogida del otro y de los que son diferentes a porque pertenecen a una tradición religiosa y cultural diferente de la nuestra? ¿Cómo pueden las religiones ser caminos de hermandad en lugar de muros de separación? Estas y otras preguntas piden ser interpretadas en varios niveles, y requieren un compromiso generoso de escucha, estudio e intercambio de ideas para promover procesos de liberación, de paz, de fraternidad y de justicia. Tenemos que convencernos: se trata de poner en marcha procesos, no de hacer definiciones de espacios, de ocupar espacios. Poner en marcha procesos.

Una teología de la acogida y el diálogo

Durante este congreso, habéis analizado primero las contradicciones y dificultades en el espacio del Mediterráneo, y luego os habéis interrogado sobre las mejores soluciones. En este sentido, os preguntáis qué teología es apropiada para el contexto en el que vivís y trabajáis. Yo diría que la teología, particularmente en este contexto, está llamada a ser una teología de la acogida y a desarrollar un diálogo  sincero con las instituciones sociales y civiles, con la universidad y los centros de investigación, con los líderes religiosos y con todas las mujeres y hombres de buena voluntad, para construir en la paz de una sociedad inclusiva y fraterna y también para la custodia de la creación.

Cuando el Proemio de Veritatis gaudium menciona la profundización del kerygma y el diálogo como criterios para renovar los estudios, se quiere decir  que están al servicio del camino de una Iglesia que coloca cada vez más la evangelización en el centro.  No la apologética, no los manuales, -como hemos escuchado-: evangelizar. En el centro está la evangelización, que no significa proselitismo. En el diálogo con las culturas y las religiones, la Iglesia anuncia la Buena Nueva de Jesús y la práctica del amor evangélico que predicaba como una síntesis de toda la enseñanza de la Ley, de las visiones de los Profetas y de la voluntad del Padre. El diálogo es ante todo un método de discernimiento y de anuncio de la Palabra de amor que se dirige a cada persona y que, en el corazón de cada persona, desea morar. Solo escuchando esta Palabra y en la experiencia del amor que comunica se puede discernir la realidad del kerygma. El diálogo, entendido de esta manera, es una forma de acogida.

Me gustaría reiterar que “el discernimiento espiritual no excluye los aportes de sabidurías humanas, existenciales, psicológicas, sociológicas o morales. Pero las trasciende. Ni siquiera le bastan las sabias normas de la Iglesia. Recordemos siempre que el discernimiento es una gracia.-un don- […] En definitiva, el discernimiento conduce a la fuente misma de la vida que no muere, es decir, ” conocer al Padre, el único Dios verdadero y al que ha enviado Jesucristo” (Jn 17, 3) “(Exhortación ap. .Gaudete et exsultate, 170).

Las escuelas de teología se renuevan con la práctica del discernimiento y con un modo de proceder dialógico capaz de crear un clima correspondiente de práctica espiritual e intelectual. Se trata de un diálogo tanto en el planteamiento de los problemas como en la búsqueda juntos de las vías de solución. Un diálogo capaz de integrar el criterio vivo de la Pascua de Jesús con el movimiento de analogía, que lee en la realidad, en la creación y en la historia, nexos, signos y referencias teológicas. Esto comporta la asunción hermenéutica del misterio del camino de Jesús que lo lleva a la cruz, a la resurrección y al don del Espíritu. Asumir esta lógica jesuana y pascual es indispensable para comprender cómo la realidad histórica y creada es interpelada por  la revelación del misterio del amor de Dios. De ese Dios que en la historia de Jesús se manifiesta -cada vez y dentro de cada contradicción- más grande en el amor y en la capacidad de recuperar el mal.

Ambos movimientos son necesarios, complementarios: un movimiento de lo bajo a lo alto que puede dialogar, con un sentido de escucha y discernimiento, con cada instancia humana e histórica, teniendo en cuenta todo el grosor de lo humano; y un movimiento de lo alto a lo bajo, donde “lo alto” es el de Jesús levantado en la cruz, que permite, al mismo tiempo, discernir las señales del Reino de Dios en la historia y comprender proféticamente las señales del anti-Reino que desfiguran el alma y la historia humana. Es un método que permite, en una dinámica constante, confrontar cada instancia humana y captar qué luz cristiana ilumine los pliegues de la realidad y qué energías está despertando el Espíritu del Crucificado Resucitado, de vez en vez, aquí y ahora.

La forma dialógica de proceder es el camino de llegar allí donde se forman los paradigmas, las maneras de sentir, los símbolos, las representaciones de las personas y de los pueblos, digamos. Llegar allí, como “etnógrafos espirituales” del alma de los pueblos, para poder dialogar en profundidad y, si es posible, contribuir a su desarrollo con el anuncio del Evangelio del Reino de Dios, cuyo fruto es la maduración de una fraternidad cada vez mayor,  dilatada e inclusiva. Diálogo y anuncio del Evangelio que puede llevarse a cabo de la manera descrita por Francisco de Asís en la Regla no bulada, poco después después de su viaje por  el Mediterráneo oriental. Para Francisco hay una primera forma en que  simplemente se vive como cristianos: ” Un modo consiste en que no entablen litigios ni contiendas, sino que estén sometidos a toda humana criatura por Dios  y confiesen que son cristianos. ” (XVI: FF 43). Luego hay una segunda forma en que, siempre dócil a las señales y a la acción del Señor resucitado y a su Espíritu de paz, la fe cristiana se anuncia como una manifestación en el amor de Jesús por Dios por todos los hombres. Me impresiona tanto aquel consejo de Francisco a los frailes: “Predicad el Evangelio; si fuera necesario también con las palabras”. ¡Es el testimonio!.

Esta docilidad al Espíritu implica un estilo de vida y de anuncio sin espíritu de conquista, sin la voluntad de hacer proselitismo -¡es la peste!- y sin una intención agresiva de refutación. Una modalidad que entra en diálogo “desde dentro” con los hombres y con sus culturas, sus historias, sus diferentes tradiciones religiosas; una modalidad que, en consonancia con el Evangelio, también incluye el testimonio hasta el sacrificio de la vida, como lo demuestran los ejemplos luminosos de Charles de Foucauld, de los monjes de Tibhirine, el obispo de Oran Pierre Claverie y de tantos hermanos y hermanas que, con la Gracia de Cristo, fueron fieles con mansedumbre y humildad y murieron con el nombre de Jesús en sus labios y la misericordia en sus corazones. Y aquí pienso  en la no violencia como horizonte y saber del mundo, al que la teología debe mirar como elemento constitutivo propio. Los escritos y las prácticas de Martin Luther King y Lanza del Vasto y otros “artesanos” de la paz nos ayudan aquí. Nos ayuda y alienta la memoria del beato Giustino Russolillo, que fue alumno de esta Facultad, y de Don Peppino Diana, el joven párroco asesinado por la Camorra, que también estudió aquí. Y me gustaría mencionar aquí un síndrome peligroso, que es el “síndrome de Babel”. Nosotros pensamos que el “síndrome de Babel” sea la confusión que se origina en no entender lo que dice el otro. Este es el primer paso. Pero el verdadero “síndrome de Babel”, es el de no escuchar lo que dice el otro y creer que yo sé lo que el otro piensa y lo que el otro dirá. ¡Esto es la peste!

Ejemplos de diálogo para una teología de la acogida

“Diálogo” no es una fórmula mágica, pero ciertamente la teología se ayuda en su renovación cuando se asume seriamente, cuando se fomenta y favorece entre profesores y estudiantes, así como con otras formas de conocimiento y con otras religiones, especialmente el judaísmo y el islam. Los estudiantes de teología tendrían que educarse al diálogo con el judaísmo y el islamismo para comprender las raíces comunes y las diferencias de nuestras identidades religiosas, y así contribuir más eficazmente a construir una sociedad que aprecia la diversidad y favorece el respeto, la fraternidad y la convivencia pacífica.

Educar a los estudiantes a esto. Yo estudié en la época de la teología decadente, de la escolástica decadente, en la época de los manuales. Entre nosotros había una broma, todas las tesis teológicas se probaban con este esquema, un silogismo: 1. Las cosas parecen ser así. 2. El catolicismo siempre tiene la razón. 3. Ergo … O sea, una teología de tipo defensivo, apologética, incluida en un manual. Bromeábamos así pero eran las cosas que nos presentaban en aquella época de escolástica decadente.

Buscar una convivencia pacífica y dialógica. Ayer, el cardenal de Colombo me decía: “Después de hacer lo que tenía que hacer, me di  cuenta de que un grupo de gente,  cristianos, querían ir al barrio  de los musulmanes para matarlos”. “Invité al Imam conmigo, en el coche, y fuimos juntos allí para convencer a los cristianos de que somos amigos,  de que  aquellos eran extremistas, que no son de los nuestros”. Esta es una actitud de cercanía y diálogo. Con los musulmanes estamos llamados a dialogar para construir el futuro de nuestras sociedades y de nuestras ciudades; estamos llamados a considerarlos partnerspara construir una coexistencia pacífica, incluso cuando haya episodios terribles a mano de grupos fanáticos enemigos del diálogo, como la tragedia de la Pascua pasada en Sri Lanka. Formar a los estudiantes para dialogar con los judíos implica educarlos en el conocimiento de su cultura, de su forma de pensar, de su lengua, para comprender y vivir mejor nuestra relación en ámbito religioso. En las facultades de teología y en las universidades eclesiásticas se deben fomentar los cursos de  lengua y cultura árabe y hebrea, así como el entendimiento mutuo entre estudiantes cristianos, judíos y musulmanes.

Me gustaría dar dos ejemplos concretos de cómo el diálogo que caracteriza a una teología de la acogida puede aplicarse a los estudios eclesiásticos. En primer lugar, el diálogo puede ser un método de estudio, así como de enseñanza. Cuando leemos un texto, dialogamos con él y con el “mundo” del cual es una expresión; y esto también se aplica a los textos sagrados, como la Biblia, el Talmud y el Corán. A menudo, además, interpretamos un texto particular en diálogo con otros de la misma época o de diferentes épocas. Los textos de las grandes tradiciones monoteístas en algunos casos son el resultado de un diálogo entre ellas. Se pueden dar casos de textos que están escritos para responder a preguntas sobre cuestiones importantes de la vida planteados por textos que los precedieron. Esta es también una forma de diálogo.

El segundo ejemplo es que el diálogo se puede cumplir como hermenéutica teológica en un tiempo y lugar específicos. En nuestro caso: el Mediterráneo a principios del tercer milenio. No es posible leer este espacio de manera realista si no es en diálogo y como un puente -histórico, geográfico, humano- entre Europa, África y Asia. Es un espacio en el que la ausencia de paz ha producido múltiples desequilibrios regionales y mundiales, y cuya pacificación, a través de la práctica del diálogo, podría, en cambio, contribuir en gran medida a iniciar procesos de reconciliación y paz. Giorgio La Pira nos diría que se trata, para la teología, de contribuir a construir en toda la cuenca mediterránea una “gran tienda de paz”, donde los diferentes hijos del padre común Abraham pueden vivir juntos en mutuo respeto. No olvidar al padre común.

Una teología de la acogida es una teología de la escucha

El diálogo como hermenéutica teológica presupone e implica la escucha consciente. Esto significa también escuchar la historia y las vivencias de los pueblos que se asoman al espacio mediterráneo para poder descifrar los eventos que conectan el pasado con el presente y captar las heridas junto con su potencial. En particular, se trata de comprender la forma en que las comunidades cristianas y las existencias proféticas individuales han conocido, incluso recientemente, encarnando la fe cristiana en contextos a veces de conflicto, coexistencia minoritaria y plural con otras tradiciones religiosas.

Esta escucha debe ser profundamente interna a las culturas y los pueblos también por otra razón. El Mediterráneo es precisamente el mar del mestizaje, -si no entendemos el mestizaje, no entenderemos nunca el Mediterráneo-, un mar cerrado geográficamente con respecto a los océanos, pero culturalmente siempre abierto al encuentro, al diálogo y la inculturación mutua. No obstante, hay una necesidad de narraciones renovadas y compartidas que, -a partir de  la escucha de  las raíces y del presente – hablen al corazón de las personas, narraciones en las que sea posible reconocerse de manera constructiva, pacífica y generadora de esperanza.

La realidad multicultural y multirreligiosa del nuevo Mediterráneo se forma con estas narraciones, en el diálogo que viene de la escucha de las personas y de los textos de las grandes religiones monoteístas, y sobre todo de la escucha de los jóvenes. Pienso en los estudiantes de nuestras facultades de teología,  o de las universidades “laicas” o de otras inspiraciones religiosas. “Cuando la Iglesia – y, podemos agregar, la teología – abandona esquemas rígidos y se abre a la escucha disponible y atenta de los jóvenes, esta empatía la enriquece, porque “permite que los jóvenes den su aportación a la comunidad, ayudándola a abrirse a nuevas sensibilidades y plantearse preguntas “inéditas” (Exh. ap. postsin. Christus vivit, 65).A captar nuevas sensibilidades: este es el reto.

La profundización del kerygma se hace con la experiencia de diálogo que nace de la escucha y que genera comunión. El mismo Jesús anunció el reino de Dios dialogando con cada tipo y categoría de personas del judaísmo de su tiempo: con los escribas, los fariseos, los doctores de la ley, los recaudadores de impuestos, los eruditos, los simples, los pecadores. A una mujer samaritana, le reveló, escuchando y dialogando, el don de Dios y su propia identidad: le abrió el misterio de su comunión con el Padre y de la sobreabundante plenitud que fluye de esta comunión. Su escucha divina del corazón humano abre este corazón para acoger a su vez la plenitud del amor y la alegría de la vita. No se pierde nada con el diálogo. Siempre se gana. Con el monólogo perdemos todos, todos..

Una teología interdisciplinaria.

Una teología de la acogida que, como método interpretativo de la realidad, adopta el discernimiento y el diálogo sincero, necesita teólogos que sepan cómo trabajar juntos y de forma interdisciplinaria, superando el individualismo en el trabajo intelectual. Necesitamos teólogos (hombres y mujeres, presbíteros, laicos y religiosos) que, en un profundo arraigo histórico y eclesial y, al mismo tiempo, abiertos a las inagotables innovaciones del Espíritu, sepan cómo escapar de la lógica autorreferencial, competitiva y, de hecho, cegadora que a menudo también existen en nuestras instituciones académicas y escondidas, tantas veces, entre las escuelas teológicas.

En este camino continuo de salir de uno mismo y encontrarse con el otro, es importante que los teólogos sean hombres y mujeres compasivos,- lo subrayo: que sean hombres y mujeres compasivos-  tocados por la vida oprimida de muchos, por la esclavitud de hoy, por las heridas sociales, por la violencia, por las guerras y de las enormes injusticias sufridas por tantos pobres que viven en las orillas de este “mar común”. Sin comunión y sin compasión, nutrida constantemente por la oración, -esto es importante: se puede hacer teología solamente “de rodillas”- la teología no solo pierde su alma, sino que pierde su inteligencia y su capacidad para interpretar la realidad de una manera cristiana. Sin compasión, sacada del Corazón de Cristo, los teólogos corren el riesgo de verse tragados en la condición de privilegio de aquellos que se sitúan prudentemente fuera del mundo y no comparten nada arriesgado con la mayoría de la humanidad. La teología de laboratorio, la teología pura y “destilada”, destilada como el agua, el agua destilada, que no tiene sabor.

Me gustaría poner un ejemplo de cómo la interdisciplinariedad que interpreta la historia puede ser una profundización del kerygma y, si está animada por la misericordia, puede estar abierta a la transdisciplinariedad. Me refiero en particular a todas las actitudes agresivas y guerreras que han marcado la manera de habitar el espacio mediterráneo de los pueblos que se llamaban a sí mismos cristianos. Aquí hay que mencionara sea las actitudes y prácticas coloniales que tanto han plasmado  la imaginación y las políticas de estos pueblos que las justificaciones de todo tipo de guerras, y todas las persecuciones cometidas en nombre de una religión o una supuesta pureza racial o doctrinal. También nosotros hemos sido persecutores. Recuerdo que en la Chanson de Roland, después de ganar la batalla, los musulmanes estaban en fila, todos, frente a la pila del bautismo, a la pila bautismal. Había uno con una espada allí. Y los hacían elegir: ¡o te bautizas o adiós! Te vas al otro barrio.. O el bautismo o la muerte. Hemos hecho esto. Respecto a esta historia compleja y dolorosa, el método del diálogo y de la escucha, guiado por el criterio evangélico de la misericordia, puede enriquecer enormemente el conocimiento y la relectura interdisciplinarios, y resaltar también, en contraste, las profecías de paz que el Espíritu no ha dejado nunca de despertar.

La interdisciplinariedad como criterio para la renovación de la teología y los estudios eclesiásticos implica el compromiso de revisitar y re-interrogar continuamente la tradición. ¡Revisitar la tradición! Y reinterrogar. En efecto, la escucha como teólogos cristianos no se produce desde la nada, sino desde una herencia teológica que, -precisamente dentro del espacio mediterráneo-, hunde sus raíces en las comunidades del Nuevo Testamento, en la rica reflexión de los Padres y en múltiples generaciones de pensadores y testigos.  Es esa tradición viva llegada a nosotros la que puede contribuir a iluminar y descifrar muchas cuestiones contemporáneas. Con la condición, sin embargo, de que siempre se relea con una voluntad sincera de purificar la memoria, es decir, sabiendo discernir cuánto ha sido vehículo de la intención original de Dios, revelada en el Espíritu de Jesucristo, y cuánto, en cambio, haya sido infiel a esta intención misericordiosa y salvadora. No olvidemos que la tradición es una raíz que nos da vida:  nos transmite la vida para que podamos crecer y florecer, fructificar. A menudo pensamos en la tradición como un museo. ¡No! La semana pasada, o la otra, leí una cita de Gustav Mahler que decía: “La tradición es la garantía del futuro, no la guardiana de las cenizas”. Es hermoso Vivamos la tradición como un árbol que vive, que crece. Ya en el siglo V, Vicente de Lérins lo entendía muy bien: el crecimiento de la fe, de la tradición, con estos tres criterios: annis consolidetur, dilatetur tempore, sublimetur aetate. ¡Es la tradición¡ ¡Pero sin tradición no puedes crecer!  La tradición para crecer, como la raíz para el árbol.

Una teología en  red.

La teología después de Veritatis gaudium es una teología en la red y, en el contexto del Mediterráneo, en solidaridad con todos los “náufragos” de la historia. En la tarea teológica que nos espera, recordamos a San Pablo y el camino del cristianismo primitivo que une a Oriente con Occidente. Aquí, muy cerca de donde desembarcó Pablo, no se puede olvidar que los caminos del Apóstol estuvieron marcados por críticas como en el naufragio en el centro del Mediterráneo (Hechos 27: 9ff). Naufragio que nos hace pensar en el de Jonás. Pero Pablo no huye, y puede incluso pensar que Roma es su Nínive. Puede pensar en corregir la actitud derrotista de Jonás redimiendo su huida. Ahora que el cristianismo occidental ha aprendido de muchos errores y problemas críticos del pasado, puede regresar a sus fuentes con la esperanza de poder dar testimonio de la Buena Nueva a los pueblos del oriente y del occidente, del norte y del sur. La teología – manteniendo la mente y el corazón fijos en el “Dios misericordioso y compasivo” (cf. Gen 4,2) – puede ayudar a la Iglesia y la sociedad civil a reanudar el camino en compañía de muchos náufragos, alentando a las poblaciones mediterráneas a rechazar cualquier tentación de reconquista y cierre de identidad. Ambas nacen, se alimentan y crecen del miedo. No se puede hacer teología en un clima de miedo.

El trabajo de las facultades de teología y de las universidades eclesiásticas contribuye a la edificación  de una sociedad justa y fraterna, en la que el cuidado de la creación y la construcción de la paz son el resultado de la colaboración entre instituciones civiles, eclesiales e interreligiosas. Es ante todo una obra en la “red evangélica”,  es decir, en comunión con el Espíritu de Jesús, que es el Espíritu de paz, el Espíritu de amor que actúa en la creación y en los corazones de los hombres y ñas mujeres de buena voluntad de todas las razas, culturas y religiones… Al igual que el lenguaje utilizado por Jesús para hablar sobre el Reino de Dios, así, de manera similar, la interdisciplinariedad y el trabajo en red hacen posible favorecer el discernimiento de la presencia del Espíritu del Resucitado en la realidad. Partiendo de la comprensión de la Palabra de Dios en su contexto mediterráneo original, es posible discernir los signos de los tiempos en nuevos contextos.

La teología después de “Veritatis gaudium” en el contexto del Mediterráneo

He subrayado mucho Veritatis gaudium. Quisiera dar las gracias aquí, porque está presente, a Mons. Zani, que fue uno de los artífices de ese documento. ¡Gracias! ¿Cuál es entonces la tarea de la teología después de Veritatis gaudium en el contexto del Mediterráneo? Yendo al punto ¿cuál es la tarea? Debe sintonizarse con el Espíritu de Jesús Resucitado, con su libertad de recorrer el mundo y de llegar a las periferias, incluso a las de los pensamientos. A los teólogos toca siempre la tarea de alentar el encuentro de las culturas con las fuentes de la Revelación y la Tradición. Las antiguas arquitecturas del pensamiento, las grandes síntesis teológicas del pasado son minas de sabiduría teológica, pero no pueden aplicarse mecánicamente a las cuestiones actuales. Se trata de atesorarlas para encontrar nuevos caminos. Gracias a Dios, las primeras fuentes de teología, es decir, la Palabra de Dios y el Espíritu Santo, son inagotables y siempre fructíferas; por lo tanto, se puede y se debe trabajar en la dirección de un “Pentecostés teológico”, que permita a las mujeres y hombres de nuestro tiempo escuchar “en su propia lengua” una reflexión cristiana que responda a su búsqueda de sentido y de vida plena. Para que esto suceda, son indispensables algunos presupuestos.

En primer lugar, es necesario partir del Evangelio de la misericordia, del anuncio hecho por el mismo Jesús y de los contextos originales de la evangelización. La teología nace en medio de seres humanos concretos, encontrados con la mirada y el corazón de Dios, que los busca con amor misericordioso. Hacer teología es también un acto de misericordia. Me gustaría repetir aquí, desde esta ciudad donde no solo hay episodios de violencia, sino que conserva muchas tradiciones y muchos ejemplos de santidad, -así como una obra maestra de Caravaggio sobre las obras de misericordia y el testimonio del santo doctor Giuseppe Moscati- quisiera repetir lo que escribí a la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina: « También los buenos teólogos, como los buenos pastores, huelen a pueblo y a calle y, con su reflexión, derraman ungüento y vino en las heridas de los hombres. Que la teología sea expresión de una Iglesia que es «hospital de campo», que vive su misión de salvación y curación en el mundo. La misericordia no es sólo una actitud pastoral, sino la sustancia misma del Evangelio de Jesús. Les animo a que estudien cómo, en las diferentes disciplinas – dogmática, moral, espiritualidad, derecho, etc. – se puede reflejar la centralidad de la misericordia. Sin misericordia, nuestra teología, nuestro derecho, nuestra pastoral, corren el riesgo de caer en la mezquindad burocrática o en la ideología, que por su propia naturaleza quiere domesticar el misterio.”[1] La teología, por el camino de la misericordia, se defiende de domesticar el misterio.

En segundo lugar, se necesita una seria asunción de la historia dentro de la teología, como un espacio abierto al encuentro con el Señor. “La capacidad de vislumbrar la presencia de Cristo y el camino de la Iglesia en la historia nos hace humildes y nos aleja de la tentación de refugiarnos en el pasado para evitar el presente. Y esta ha sido la experiencia de tantos, tantos estudiosos, que han empezado, no digo ateos, pero algo agnósticos, y han encontrado a Cristo. Porque la historia no se podía entender sin esa fuerza. “.[2]

Es necesaria la libertad teológica. Sin la posibilidad de experimentar nuevos caminos, no se crea nada nuevo, y no queda espacio para la novedad del Espíritu del Resucitado: ” A quienes sueñan con una doctrina monolítica defendida por todos sin matices, esto puede parecerles una imperfecta dispersión. Pero la realidad es que esa variedad ayuda a que se manifiesten y desarrollen mejor los diversos aspectos de la inagotable riqueza del Evangelioo “(Ex. ap. Evangelii gaudium, 40). Esto también significa una revisión adecuada de la ratio studiorum. Sobre la libertad de reflexión teológica haría una distinción. Entre los estudiosos, debemos avanzar con libertad; luego, en última instancia, será el magisterio el que diga algo, pero no se puede hacer una teología sin esta libertad. Pero al predicar al Pueblo de Dios, por favor, ¡no hagáis daño a la fe del Pueblo de Dios con cuestiones disputadas! Las cuestiones disputadas deben quedarse solamente entre los teólogos. Es vuestra tarea Pero al Pueblo de Dios es necesario darle la sustancia que alimenta la fe y que no la relativice.

Finalmente, es esencial dotarse de estructuras ligeras y flexibles, que manifiesten la prioridad otorgada a la acogida y al diálogo, al trabajo inter y trans- disciplinario y en la red. Los estatutos, la organización interna, el método de enseñanza, la organización de los estudios deberían reflejar la fisonomía de la Iglesia “en salida”. Todo debe orientarse en los horarios y en las formas destinadas a favorecer lo más posible la participación de aquellos que desean estudiar teología: además de seminaristas y religiosos, también los laicos y las mujeres sea laicas que religiosas. En particular, el aporte  que las mujeres están dando y pueden dar a la teología es indispensable y, por lo tanto, su participación debe apoyarse, como lo hace  esta Facultad, donde hay una buena participación de mujeres como profesoras y como estudiantes.

Este hermoso lugar, sede de la Facultad de Teología dedicada a San Luis, cuya fiesta se celebra hoy, sea el símbolo de una belleza para compartir, abierta a todos. Sueños con facultades de teología donde se viva la convivencia de las diferencias, donde se practique una teología del diálogo y la acogida; donde se experimente el modelo del poliedro del saber teológico en lugar del de  una esfera estática e incorpórea. Donde la investigación teológica sea capaz de promover un proceso de inculturación desafiante pero convincente.

Conclusión

Los criterios del Proemio de la Constitución Apostólica Veritatis gaudium son criterios evangélicos. El kerygma, el diálogo, el discernimiento, la colaboración, la red- yo agregaría la parresia, que ha sido citada como un criterio, que es la capacidad de estar en el límite, junto con el hypomoné, de tolerar, de estar en el límite para avanzar – son todos elementos y criterios que traducen la forma en que Jesús vivió y anunció el Evangelio y con el que también puede ser transmitido hoy por sus discípulos.

La teología después de Veritatis gaudium es una teología kerygmática, una teología del discernimiento, de la misericordia y de la acogida, que se coloca en diálogo con la sociedad, las culturas y las religiones para la construcción de la coexistencia pacífica de personas y pueblos. El Mediterráneo es la matriz histórica, geográfica y cultural de la acogida kerygmática practicada con el diálogo y la misericordia. Nápoles es un ejemplo y un laboratorio especial de esta investigación teológica ¡Buen trabajo!

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[1] Carta del Santo Padre Francisco al Gran canciller de la Pontificia Universidad Católica Argentina en el centenario de la Facultad de Teología, 3 de marzo 2015[2]Discurso a los participantes en el congreso de la Asociación de profesores de Historia de la Iglesia, 12 de enero de 2019

© Librería Editorial Vaticano

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