Monseñor Felipe Arizmendi: “¿Las Misas virtuales son reales?”

+ Felipe Arizmendi Esquivel

Obispo Emérito de San Cristóbal de las Casas

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Es la pregunta que le hicieron a un apreciado sacerdote, muy preparado, en un programa virtual sobre asuntos relacionados con la pandemia, y su respuesta fue tajante: ¡No son reales! Le escribí haciéndole ver que tendría que haber hecho algunas precisiones, porque, con su afirmación, pareciera que la Misa por vía electrónica no es real, y que, por tanto, no sirve. El es un sacerdote, por otra parte, muy valioso y muy creativo para evangelizar.

En días pasados, algunos grupos de otros países, con influencia en el nuestro, difundieron un texto reclamando a los obispos que les devolviéramos la Misa, que ya quieren recibir la comunión, que los estamos dejando sin este alimento. ¡Como si nosotros fuéramos los culpables de la nocividad del coronavirus! ¡Como si no hubiera otras formas de comulgar con Cristo! Siempre podemos comulgar con Él de muchas otras formas, no sólo por la Eucaristía. Menos mal que ya nos estamos preparando para dar los pasos convenientes hacia la nueva normalidad, pues ya se van a empezar a abrir los templos y celebrar las Misas con presencia física de fieles, dependiendo de que los respectivos municipios hayan sido declarados sin contagios y de que se tomen las medidas pertinentes de cuidado higiénico.

Pero, volviendo a la pregunta inicial, ¿las Misas virtuales son o no son reales? Claro que son reales, sirven, alimentan, fortalecen el espíritu, e incluso forman comunidad, aunque sea virtual. No son lo que debe ser en tiempos normales, pero en estas restricciones por la pandemia, son una forma real de acercarnos al misterio de Cristo y de la Iglesia.

PENSAR

La presencia de Jesús en la Misa, en la Hostia consagrada, es una presencia real, pero no física; no es como cuando estuvo en Israel hace dos mil años; es una presencia sacramental, es decir, está presente por medio de los signos del pan y del vino; es una presencia mística, sobrenatural, suprasensorial. Tengamos en cuenta, por otra parte, que, en la Misa, además de la presencia de Jesús en las especies eucarísticas de pan y vino, está también presente en su Palabra, en la asamblea reunida, en la persona del ministro que preside, como dice claramente el Concilio Vaticano II en su Constitución sobre la Liturgia (cf SC 7). En las misas virtuales, la presencia de Jesús es real, porque se escucha su Palabra, hay un sacerdote u obispo que preside, hay una comunidad virtual; lo único que falta es la inmediatez de las especies eucarísticas de pan y vino consagrados. En la misa virtual, para los conectados a la red, hay una presencia real de Jesús, aunque no es sacramental; es decir, falta la comunión con la hostia consagrada. Pero esto no hace menos real la presencia de Jesús. Falta, por otra parte, la asamblea de fieles con cercanía de carne y hueso, como debe ser, que por ahora no es posible. Pero la relación virtual entre quienes siguen la transmisión es una comunión de personas, que no es despreciable. Es como un saludo, un abrazo, un beso virtuales; son reales, pero les falta la cercanía corporal. En tiempos normales, sin esta pandemia, los enfermos, ancianos y discapacitados siguen la Misa por televisión. No les podemos decir que se están haciendo tontos, que se alimentan, perdón por la expresión, con comida “chatarra”. Reciben un verdadero alimento de vida eterna, pues Dios se acerca realmente a ellos. Si, además, les llevan la comunión, es lo máximo y lo siempre deseable.

Jesús nos dice: “El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada” (Jn 14,23). Esta es una presencia real, no física, sino mística, sobrenatural, suprasensorial. La Misa virtual es real; hay una presencia real de Jesús en la celebración que hace el sacerdote a distancia y en los fieles que la siguen con fe y devoción.

El Papa Francisco, en su mensaje para la 53 Jornada de las Comunicaciones sociales, dice: Desde que internet ha estado disponible, la Iglesia siempre ha intentado promover su uso al servicio del encuentro entre las personas y de la solidaridad entre todos. La red es un recurso de nuestro tiempo. Constituye una fuente de conocimientos y de relaciones hasta hace poco inimaginable.

Las redes sociales sirven para que estemos más en contacto, nos encontremos y ayudemos los unos a los otros. El contexto actual nos llama a todos a invertir en las relaciones, a afirmar también en la red y mediante la red el carácter interpersonal de nuestra humanidad. Los cristianos estamos llamados con mayor razón, a manifestar esa comunión que define nuestra identidad de creyentes. Efectivamente, la fe misma es una relación, un encuentro; y mediante el impulso del amor de Dios podemos comunicar, acoger, comprender y corresponder al don del otro”.

Sin embargo, el Papa advierte los peligros del mal uso de internet y de las redes, como la divulgación de noticias falsas, el aislamiento, el individualismo, la no cercanía entre las personas, vivir en las nubes, encerrarse en uno mismo, sin compromiso real con la vida y con los demás, sobre todo con los pobres. Por eso, dice: “El uso de las redes sociales es complementario al encuentro en carne y hueso, que se da a través del cuerpo, el corazón, los ojos, la mirada, la respiración del otro. Si se usa la red como prolongación o como espera de ese encuentro, entonces no se traiciona a sí misma y sigue siendo un recurso para la comunión. Si una familia usa la red para estar más conectada y luego se encuentra en la mesa y se mira a los ojos, entonces es un recurso. Si una comunidad eclesial coordina sus actividades a través de la red, para luego celebrar la Eucaristía juntos, entonces es un recurso. Si la red me proporciona la ocasión para acercarme a historias y experiencias de belleza o de sufrimiento físicamente lejanas de mí, para rezar juntos y buscar juntos el bien en el redescubrimiento de lo que nos une, entonces es un recurso”.

En una reciente catequesis sobre la oración, dijo el Papa Francisco: Dios está siempre cerca de la puerta de nuestro corazón y espera que le abramos. Y a veces llama al corazón, pero no es invasor: espera. Siempre cerca de nuestro corazón, y cuando llama lo hace con ternura y con tanto amor. Tratemos todos de rezar de esta manera, entrando en el misterio de la Alianza. A meternos en oración entre los brazos misericordiosos de Dios, a sentirnos envueltos por ese misterio de felicidad que es la vida trinitaria, a sentirnos como invitados que no se merecían tanto honor” (13-V-2020).

El Papa no está hablando de la Misa, ciertamente, sino de la oración, que podemos hacer en casa, o en cualquier parte. Esta oración, de la que habla el Papa, nos introduce en lo más profundo del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. No es Misa, no es comunión eucarística, pero esa oración es una comunión real. Si podemos lograr esta comunión con Dios en la oración personal, con más razón en la oración litúrgica por excelencia, que es la Misa, aunque la sigas en forma virtual. Si abres tu corazón al Señor, logras la comunión espiritual con Él, comunión que es verdadera, real y profunda. Si la oración logra una comunión real con Cristo, con más razón lo logra la Misa, aunque sea virtual, si participas en ella no como en un espectáculo, sino con alma, cuerpo y mente.

Para cuando pase esta pandemia, muchos están solicitando que se sigan transmitiendo las Misas, como hacemos ahora. Hay que analizarlo pastoralmente. Conviene seguir las transmisiones, siempre y cuando no sean un recurso para los flojos e individualistas, para esos que quieren cerrarse en su casa, en su grupo, en su círculo social, como los que siguen insistiendo en pedir el bautismo de sus hijos para ellos solos, un bautismo “especial”, porque no se quieren juntar con el resto del pueblo, sobre todo no quieren mezclarse con los pobres. Para esos, no sirven las misas virtuales. Pero para quienes no tienen otra forma de vivir la Eucaristía dominical, como muchos paisanos que viven en Estados Unidos, a quienes se les complica mucho ir a una Misa en castellano con toda la familia, para ellos, y para otras personas en circunstancias semejantes, las misas virtuales seguirán siendo un alimento de vida eterna, con una presencia real de Jesús en sus corazones, esperando que hagan lo posible por participar en forma presencial en las celebraciones, pues allá también deben ser parte visible y tangible de la comunidad parroquial.

ACTUAR

Si participas en una Misa virtual, deja de lado otras ocupaciones; concéntrate en lo que vives; sigue las posturas indicadas para cada momento; escucha con atención la Palabra de Dios; haz oración en unión con la comunidad virtual, adora al Señor y haz la intención de recibirlo en tu corazón. Si estás con tu familia, reúnanse y sean una “iglesia doméstica”, no estén cada quien en su cuarto, sólo viendo de reojo la celebración y haciendo otras cosas al mismo tiempo. Hay que darle la importancia que merece, pues el Señor quiere estar en tu vida. Si participas con fe y devoción, el Señor está realmente contigo.

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