Mes Misionero Extraordinario: “¡Ánimo!, el Señor te pide entrega allí donde estés

(ZENIT – 1 oct. 2019).- El Papa Francisco ha animado a hacer misión: “El Señor te pide que te entregues allí donde estás, así como estás, con quien está a tu lado; que no vivas pasivamente la vida, sino que la entregues; que no te compadezcas a ti mismo, sino que te dejes interpelar por las lágrimas del que sufre”.

Hoy, a las 18 horas, en la festividad de santa Teresita del Niño Jesús, patrona de las Misiones, en la basílica de San Pedro, el Santo Padre Francisco ha presidido la oración litúrgica de las Vísperas con ocasión del inicio del Mes Misionero Extraordinario bajo el tema: “Bautizados y enviados: la Iglesia de Cristo en misión en el mundo”.

En su homilía, el Papa se refirió al Evangelio de san Mateo leído previamente en el que Dios llama a sus siervos para encargarles sus bienes y recordó que Dios nos ha confiado sus mayores bienes: “nuestra vida, la de los demás, a cada uno muchos dones distintos. Y estos dones, estos talentos, no representan algo para guardar en una caja fuerte, sino una llamada: el Señor nos llama a hacer fructificar los talentos con audacia y creatividad”.

La omisión, contraria a la misión

En este sentido, se refirió a que este Mes Misionero Extraordinario ha de ser “una sacudida que nos impulse a ser activos en el bien. No notarios de la fe y guardianes de la gracia, sino misioneros”. Así, para ser misioneros, el Obispo de Roma indicó que la clave está en vivir como testigos, “testimoniando con nuestra vida que conocemos a Jesús”.

Después aludió al siervo que tuvo miedo en el Evangelio, con el que Dios es severo porque no hizo el mal, tampoco el bien, pecó de omisión: “Y este puede ser el pecado de toda una vida, porque la hemos recibido no para enterrarla, sino para ponerla en juego; no para conservarla, sino para darla. Quien está con Jesús sabe que se tiene lo que se da, se posee lo que se entrega; y el secreto para poseer la vida es entregarla. Vivir de omisiones es renegar de nuestra vocación: la omisión es contraria a la misión”.

Para el Santo Padre, pecamos de omisión cuando no estamos alegres, cuando caemos en la resignación, cuando nos quejamos de que todo está mal y cuando vivimos paralizados por el miedo: “Cuando vivimos la vida como un peso y no como un don; cuando en el centro estamos nosotros con nuestros problemas, y no nuestros hermanos y hermanas que esperan ser amados”.

Dios ama una Iglesia en salida

Asimismo, Francisco indicó que Dios ama una Iglesia en salida, misionera: “Una Iglesia que no pierde el tiempo en llorar por las cosas que no funcionan, por los fieles que ya no tiene, por los valores de antaño que ya no están. Una Iglesia que no busca oasis protegidos para estar tranquila; sino que solo desea ser sal de la tierra y fermento para el mundo.

El Papa propuso el ejemplo de las figuras presentes en el acto, santa Teresita del Niño Jesús, san Francisco Javier y la venerable Paulina Jaricot, todos ellos grandes ejemplos de labor misionera. Además, llamó a cuestionarse sobre cuánto trabajamos para ser verdaderos misioneros y cuánto rezamos para la propagación del Evangelio.

Finalmente, el Papa animó a practicar esta misión: “Ve, el Señor no te dejará solo; dando testimonio, descubrirás que el Espíritu Santo llegó antes de ti para prepararte el camino. Ánimo, hermanos y hermanas; ánimo, Madre Iglesia: ¡Vuelve a encontrar tu fecundidad en la alegría de la misión!”.

A continuación publicamos la homilía completa del Papa Francisco.

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Homilía del Santo Padre

En la parábola que hemos escuchado, el Señor se presenta como un hombre que, antes de partir, llama a sus siervos para encargarles sus bienes (cf. Mt 25,14). Dios nos ha confiado sus bienes más grandes: nuestra vida, la de los demás, a cada uno muchos dones distintos. Y estos dones, estos talentos, no representan algo para guardar en una caja fuerte, sino una llamada: el Señor nos llama a hacer fructificar los talentos con audacia y creatividad. Dios no nos preguntará si hemos conservado celosamente la vida y la fe, sino si la hemos puesto en juego, arriesgando, quizá perdiendo el prestigio. Este Mes misionero extraordinario quiere ser una sacudida que nos impulse a ser activos en el bien. No notarios de la fe y guardianes de la gracia, sino misioneros.

¿Pero cómo se hace para ser misioneros? Viviendo como testigos: testimoniando con nuestra vida que conocemos a Jesús. Testigo es la palabra clave, una palabra que tiene la misma raíz de significado que mártir. Y los mártires son los primeros testigos de la fe: no con palabras, sino con la vida. Saben que la fe no es propaganda o proselitismo, es un respetuoso don de vida. Viven transmitiendo paz y alegría, amando a todos, incluso a los enemigos, por amor a Jesús. Nosotros, que hemos descubierto que somos hijos del Padre celestial, ¿cómo podemos callar la alegría de ser amados, la certeza de ser siempre valiosos a los ojos de Dios? Es el anuncio que tanta gente espera. Y esa es nuestra responsabilidad. Preguntémonos en este mes: ¿cómo es mi testimonio?

Al final de la parábola el Señor llama «bueno y fiel» al que ha sido emprendedor; en cambio, «malvado y holgazán» al siervo que ha estado a la defensiva (cf. vv. 21.23.26). ¿Por qué Dios es tan severo con el siervo que tuvo miedo? ¿Qué mal ha hecho? Su mal es no haber hecho el bien, ha pecado de omisión (…). Y este puede ser el pecado de toda una vida, porque la hemos recibido no para enterrarla, sino para ponerla en juego; no para conservarla, sino para darla. Quien está con Jesús sabe que se tiene lo que se da, se posee lo que se entrega; y el secreto para poseer la vida es entregarla. Vivir de omisiones es renegar de nuestra vocación: la omisión es contraria a la misión.

Pecamos de omisión, es decir, contra la misión, cuando, en vez de transmitir la alegría, nos cerramos en un triste victimismo, pensando que ninguno nos ama y nos comprende. Pecamos contra la misión cuando cedemos a la resignación: “No puedo, no soy capaz”. ¿Pero cómo? ¿Dios te ha dado unos talentos y tú te crees tan pobre que no puedes enriquecer a nadie? Pecamos contra la misión cuando, quejumbrosos, seguimos diciendo que todo va mal, en el mundo y en la Iglesia. Pecamos contra la misión cuando somos esclavos de los miedos que inmovilizan y nos dejamos paralizar del “siempre se ha hecho así”. Y pecamos contra la misión cuando vivimos la vida como un peso y no como un don; cuando en el centro estamos nosotros con nuestros problemas, y no nuestros hermanos y hermanas que esperan ser amados.

«Dios ama al que da con alegría» (2 Co 9,7). Ama una Iglesia en salida. Si no está en salida no es Iglesia. Una Iglesia en salida, misionera, es una Iglesia que no pierde el tiempo en llorar por las cosas que no funcionan, por los fieles que ya no tiene, por los valores de antaño que ya no están. Una Iglesia que no busca oasis protegidos para estar tranquila; sino que sólo desea ser sal de la tierra y fermento para el mundo. Esta Iglesia sabe que esta es su fuerza, la misma de Jesús: no la relevancia social o institucional, sino el amor humilde y gratuito.

Hoy entramos en el octubre misionero acompañados por tres “siervos” que han dado mucho fruto. Nos muestra el camino santa Teresa del Niño Jesús, que hizo de la oración el combustible de la acción misionera en el mundo. Este es también el mes del Rosario: ¿Cuánto rezamos por la propagación del Evangelio, para convertirnos de la omisión a la misión? Luego está san Francisco Javier, quizá después de san Pablo el más grande misionero de la historia. También él nos remueve: ¿Salimos de nuestros caparazones, somos capaces de dejar nuestras comodidades por el Evangelio? Y está la venerable Paulina Jaricot, una trabajadora que sostuvo las misiones con su labor cotidiana: con el dinero que aportaba de su salario, estuvo en los inicios de las Obras Misionales Pontificias. Y nosotros, ¿hacemos que cada día sea un don para superar la fractura entre el Evangelio y la vida? Por favor, no vivamos una fe “de sacristía”.

Nos acompañan una religiosa, un sacerdote y una laica. Nos dicen que nadie está excluido de la misión de la Iglesia. Sí, en este mes el Señor te llama también a ti. Te llama a ti, padre y madre de familia; a ti, joven que sueñas cosas grandes; a ti, que trabajas en una fábrica, en un negocio, en un banco, en un restaurante; a ti, que estás sin trabajo; a ti, que estás en la cama de un hospital… El Señor te pide que te entregues allí donde estás, así como estás, con quien está a tu lado; que no vivas pasivamente la vida, sino que la entregues; que no te compadezcas a ti mismo, sino que te dejes interpelar por las lágrimas del que sufre. Ánimo, el Señor espera mucho de ti. Espera también que alguien tenga la valentía de partir, de ir allí donde se necesita más esperanza y dignidad, ad gentes, allí donde tanta gente vive todavía sin la alegría del Evangelio (…). Ve, el Señor no te dejará solo; dando testimonio, descubrirás que el Espíritu Santo llegó antes de ti para prepararte el camino. Ánimo, hermanos y hermanas; ánimo, Madre Iglesia: ¡Vuelve a encontrar tu fecundidad en la alegría de la misión!

© Librería Editorial Vaticano

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