VATICANO, 02 Nov. 19 (ACI Prensa).-
En el día de la conmemoración de todos los fieles difuntos, el Papa Francisco celebró la Eucaristía en las catacumbas de Priscila de Roma, en donde explicó las tres características que tiene un verdadero cristiano, las cuales pueden ser más notorias cuando es objeto de persecución.
Al inicio de su homilía, el Santo Padre confió que era la primera vez en su vida que visitaba una catacumba y animó a pensar en aquellas personas “que tenían que esconderse, que tenían esta cultura de enterrar allí a los muertos y celebrar la Eucaristía allí adentro”.
Un momento de la historia que calificó el Pontífice como “feo, pero que no ha sido superado”, porque en la actualidad también “hay tantas catacumbas en tantos países donde deben fingir hacer una fiesta o un cumpleaños para celebrar la Eucaristía, porque está prohibido en ese lugar”.
“También ahora hay cristianos perseguidos, más que en los primeros siglos, más”, denunció el Papa.
Hoy recordamos a quienes han caminado antes de nosotros con la esperanza de reencontrarnos, de llegar hasta donde está el amor que nos ha creado y nos espera: el amor del Padre. #TodoslosFielesDifuntos
— Papa Francisco (@Pontifex_es) 2 de noviembre de 2019
Al reflexionar en las lecturas del día, en las catacumbas y las persecuciones de los cristianos, el Papa Francisco eligió tres palabras para explicar las características que debe tener un cristiano: La identidad, el lugar y la esperanza.
En primer lugar, el Papa explicó que “la identidad de esa gente que se reunía allí para celebrar la Eucaristía, para alabar al Señor, es la misma de la de nuestros hermanos en tantos países que el ser cristiano es un crimen, está prohibido, no es un derecho”.
“La identidad del cristiano es esta, la de las bienaventuranzas, no hay otra. ¡Si tú haces esto, si tú vives así, tú eres cristiano!”, exclamó el Papa, quien agregó que no sirve de nada pertenecer a una asociación o a un movimiento, si no se viven las bienaventuranzas. “O tú vives así o no eres cristiano. Simplemente, lo ha dicho el Señor”, añadió.
Además, el Pontífice dijo que, junto a las bienaventuranzas, está el protocolo del cristiano que se encuentra en el Evangelio de San Mateo en el capítulo 25 (35-40). “Estos dos pasajes del Evangelio, las bienaventuranzas y el grande protocolo. Haciendo esto, nosotros haremos ver nuestra identidad de cristianos”. “Sin esto, no hay identidad. Hay simulación de ser cristiano”, afirmó.
La segunda palabra, es el lugar. El Papa recordó de nuevo a “estas personas que iban allí para esconderse, para sentirse seguros, también para enterrar a sus muertos” y también a las personas “que celebran la Eucaristía escondidos, en donde está prohibido”.
En esta línea, el Santo Padre relató la historia de “una religiosa de Albania que vivió en un campo de reeducación, en el tiempo del comunismo, y estaba prohibido para los sacerdotes celebrar los sacramentos y esta religiosa bautizaba a escondidas. La gente, los cristianos sabían, que esta religiosa bautizaba y las madres se acercaban con el bebé. Pero ella no tenía un vaso para poner el agua, con los zapatos. Tomaba del río el agua y bautizaba con los zapatos”.
“El lugar del cristiano es un poco en todas partes, nosotros no tenemos un lugar privilegiado en la vida. Algunos quieren tenerlo, son cristianos ‘cualificados’, ellos corren el riesgo de permanecer ‘cualificados’ y dejar caer el cristiano”, advirtió el Papa.
Por ello, Francisco destacó que el lugar de los cristianos, “las almas de los justos están en las manos de Dios. El lugar del cristiano está en las manos de Dios, donde Él quiere. Las manos de Dios que están llagadas son las manos de su hijo, que ha querido llevar consigo las llagas, para hacerlas ver al padre e interceder por nosotros”.
“El lugar del cristiano está en la intercesión de Jesús delante al Padre, en las manos de Dios y allí estamos seguros, suceda lo que suceda, incluso en la Cruz. Nuestra identidad dice que seremos beatos, si nos persiguen, si dicen algo en contra de nosotros. Si estamos en las manos de Dios, llagadas de Amor, estamos seguros. Este es nuestro lugar”, aseguró el Santo Padre.
Por ello, el Papa animó a preguntarnos: “¿En dónde me siento más seguro? ¿En las manos de Dios o con otras seguridades que nosotros alquilamos? Que al final caerán, que no tienen consistencia”.
La tercera palabra, es la esperanza. “Estos cristianos con este documento de identidad, que viven, que vivían, que viven en las manos de Dios, son hombres y mujeres de esperanza.”
La esperanza que se describe en la segunda lectura. “Esa visión final. En donde todo está rehecho, recreado, esa patria en donde todos nosotros iremos” y explicó el Papa que “para entrar allí, no se necesitan cosas extrañas, no se necesitan actitudes un poco sofisticadas, solamente se necesita hacer ver el documento de identidad: está en orden, ve hacia adelante”.
“Nuestra esperanza está en el cielo. Nuestra esperanza está anclada allí y nosotros con la cuerda en mano nos sostenemos, para llegar a la otra orilla del río que tenemos que atravesar”, animó el Papa.
De este modo, el Pontífice repitió que “la identidad son las bienaventuranzas y Mateo 25; el lugar, el lugar más seguro, son las manos de Dios llagadas de Amor y la esperanza, es el ancla, el futuro que está allá en la otra orilla” por lo que insistió en la importancia de estar “bien agarrados a la cuerda, esto es importante, siempre agarrado a la cuerda”.
“Muchas veces veremos solamente la cuerda, ni el ancla, ni la otra orilla. ¡Pero tú agárrate de la cuerda que llegarás seguro!”, concluyó.
Las catacumbas de Priscila se excavaron entre el siglo II y el siglo V después de Cristo en un terreno donado por Santa Priscila, una cristiana romana de linaje noble. En su interior, se extienden 13 kilómetros de galerías en varios niveles de profundidad en donde se conservan numerosas inscripciones, lápidas y pinturas de los primeros cristianos, y ejemplos únicos de la iconografía cristiana primitiva.
Además, las catacumbas de Priscila conservan en su interior la imagen más antigua de la Virgen María, una pintura de estilo pompeyano datada entre finales del siglo II y principio del siglo III después de Cristo.
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