Papa Francisco: “La verdadera paz solo puede ser una paz desarmada”

(ZENIT – 24 nov. 2019).- El Papa Francisco indicó que “la verdadera paz solo puede ser una paz desarmada”, “fruto de la justicia, del desarrollo, de la solidaridad, del cuidado de nuestra casa común y de la promoción del bien común, aprendiendo de las enseñanzas de la historia”.

En la tarde de hoy, 24 de noviembre de 2019, aproximadamente a las 18:40, hora local (las 10:40 en Roma), el Santo Padre ha llegado al parque del Memorial de la Paz de Hiroshima para celebrar un Encuentro por la Paz.

Firma en el Libro de Honor

A este acto asistieron cerca de mil fieles, 20 líderes religiosos y 20 víctimas de la bomba atómica. El Pontífice fue recibido por el prefecto, el alcalde, el presidente de la Asamblea de la Prefectura y el presidente del Ayuntamiento de Hiroshima cerca del Memorial de la Paz.

Francisco firmó en el Libro de Honor junto a las siguientes palabras: “He venido como peregrino de paz, para llorar en solidaridad con todos los que sufrieron heridas y muerte en ese terrible día de la historia de esta tierra. Rezo para que el Dios de la vida convierta los corazones a la paz, a la reconciliación y al amor fraterno”.

Saludo a las víctimas

Después, el Papa se dirigió a la plaza de abajo y saluda a los 20 líderes religiosos y a las víctimas presentes. Dos de las víctimas ofrecieron al Papa un regalo floral que colocó frente al Memorial. El Embajador de la Paz le regaló una vela que el Obispo de Roma encendió en la lámpara.

Después del sonido de la campana y de un momento de oración silenciosa, dos víctimas supervivientes de la bomba atómica, Yoshiko Kajimoto y Kojí Hosokawa, que no puedo acudir al acto, ofrecieron su impresionante testimonio de la tragedia, tras el cual Obispo de Roma de Roma pronunció su discurso.

Memorial de la Paz

El parque del Memorial de la Paz surge en el lugar en el que el 6 de agosto de 1945 explotó la bomba atómica. Realizado en el año 1954, como un proyecto del arquitecto japonés Kenzo Tange, constituye un área de 120 mil metros cuadrados.

El Memorial de la Paz es considerado emblema de este parque, comúnmente conocido como Genbaku Dome (cúpula de la bomba atómica). El edificio consta, efectivamente, de una característica cúpula que se encuentra en la orilla del río Motoyasu.

Símbolo de la esperanza

Fuertemente dañada por las explosiones pero no totalmente destruida, nunca ha sido restaurada para recordar los signos dejados por el artefacto. Fue inaugurada en 1915 y en 1933 destinado a oficinas del gobierno.

Desde 1996 es Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, como símbolo de la fuerza más destructiva jamás creada por el hombre, de la esperanza por la paz en el mundo y por la eliminación definitiva de las armas nucleares.

Regalo del Papa 

El Santo Padre ofreció como regalo en el Memorial de la Paz una lámpara de pie fabricada especialmente para esta visita pontificia a Japón. Fundida en latón plateado, mide 120 cm de altura. Consta de una base con tres bandas, con el símbolo “PAX” en relieve.

También tiene un pie cilíndrico con un nudo que lleva una medalla con el escudo de armas del Papa Francisco. En la parte superior, hay un escudo de cera con tres velas que sostienen la lámpara.

“Peregrino de paz”

El Obispo de Roma comenzó su discurso con las palabras“Por mis hermanos y compañeros, voy a decir: La paz contigo” (Sal 122,8) e hizo memoria de todas las víctimas de la bomba atómica y de “la dignidad” de los que sobrevivieron a esos primeros momentos y “han soportado en sus cuerpos durante muchos años los sufrimientos más agudos y, en sus mentes, los gérmenes de la muerte que seguían consumiendo su energía vital”.

El Pontífice confesó que ha sentido el deber de venir a este lugar “como peregrino de paz, para permanecer en oración, recordando a las víctimas inocentes de tanta violencia y llevando también en el corazón las súplicas y anhelos de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, especialmente de los jóvenes, que desean la paz, trabajan por la paz, se sacrifican por la paz”, y “lleno de memoria y de futuro trayendo el grito de los pobres, que son siempre las víctimas más indefensas del odio y de los conflictos”.

Dejar caer las armas

Después, reiteró que el uso de la energía atómica con fines de guerra es hoy más que nunca un crimen, “no sólo contra el hombre y su dignidad sino contra toda posibilidad de futuro en nuestra casa común”.

El uso de la energía atómica con fines de guerra “es inmoral, como asimismo es inmoral la posesión de las armas atómicas, como dije hace dos años. Seremos juzgados por esto”, aclaró. En este sentido, para el Papa, si realmente queremos construir una sociedad más justa y segura, “debemos dejar que las armas caigan de nuestras manos”.

“Recordar, caminar juntos, proteger”

Asimismo, el Papa propuso tres imperativos morales para abrir el camino de la paz: “Recordar, caminar juntos, proteger”. Y remarcó que no podemos permitir que las nuevas generaciones dejen de recordar lo que sucedió, ya que la memoria “es garante y estímulo para construir un futuro más justo y más fraterno; un recuerdo expansivo capaz de despertar las conciencias de todos los hombres y mujeres, especialmente de aquellos que hoy desempeñan un papel especial en el destino de las naciones; una memoria viva que nos ayude a decir de generación en generación: ¡nunca más!”.

Precisamente por ello, explicó el Santo Padre “estamos llamados a caminar juntos” y llamó a abrirse “a la esperanza, convirtiéndonos en instrumentos de reconciliación y de paz. Esto es algo que será siempre posible “si somos capaces de protegernos y sabernos hermanados en un destino común”.

Finalmente, realizó “una sola súplica abierta a Dios y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad”, consistente en elevar juntos el grito: “¡Nunca más la guerra, nunca más el rugido de las armas, nunca más tanto sufrimiento! Que venga la paz en nuestros días, en este mundo nuestro”.

A continuación sigue el mensaje completo del Papa.

***

Mensaje del Santo Padre

Por mis hermanos y compañeros, voy a decir: La paz contigo» (Sal 122,8).

Dios de misericordia y Señor de la historia, a ti elevamos nuestros ojos desde este lugar, encrucijada de muerte y vida, de derrota y renacimiento, de sufrimiento y de piedad.

Aquí, de tantos hombres y mujeres, de sus sueños y esperanzas, en medio de un resplandor de relámpago y fuego, no ha quedado más que sombra y silencio. En apenas un instante, todo fue devorado por un agujero negro de destrucción y muerte. Desde ese abismo de silencio, todavía hoy se sigue escuchando fuerte el grito de los que ya no están. Venían de diferentes lugares, tenían nombres distintos, algunos de ellos hablaban lenguas diversas. Todos quedaron unidos por un mismo destino, en una hora tremenda que marcó para siempre, no sólo la historia de este país sino el rostro de la humanidad.

Hago memoria aquí de todas las víctimas y me inclino ante la fuerza y la dignidad de aquellos que, habiendo sobrevivido a esos primeros momentos, han soportado en sus cuerpos durante muchos años los sufrimientos más agudos y, en sus mentes, los gérmenes de la muerte que seguían consumiendo su energía vital.

He sentido el deber de venir a este lugar como peregrino de paz, para permanecer en oración, recordando a las víctimas inocentes de tanta violencia y llevando también en el corazón las súplicas y anhelos de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, especialmente de los jóvenes, que desean la paz, trabajan por la paz, se sacrifican por la paz. He venido a este lugar lleno de memoria y de futuro trayendo el grito de los pobres, que son siempre las víctimas más indefensas del odio y de los conflictos.

Quisiera humildemente ser la voz de aquellos cuya voz no es escuchada, y que miran con inquietud y angustia las crecientes tensiones que atraviesan nuestro tiempo, las inaceptables desigualdades e injusticias que amenazan la convivencia humana, la grave incapacidad de cuidar nuestra casa común, el recurso continuo y espasmódico de las armas, como si estas pudieran garantizar un futuro de paz.

Con convicción, deseo reiterar que el uso de la energía atómica con fines de guerra es hoy más que nunca un crimen, no sólo contra el hombre y su dignidad sino contra toda posibilidad de futuro en nuestra casa común. El uso de la energía atómica con fines de guerra es inmoral, como asimismo es inmoral la posesión de las armas atómicas, como dije hace dos años. Seremos juzgados por esto. Las nuevas generaciones se levantarán como jueces de nuestra derrota si hemos hablado de la paz, pero no la hemos realizado con nuestras acciones entre los pueblos de la tierra.

¿Cómo podemos hablar de paz mientras construimos nuevas y formidables armas de guerra? ¿Cómo podemos hablar de paz mientras justificamos determinadas acciones espurias con discursos de discriminación y de odio?

Estoy convencido de que la paz no es más que un “sonido de palabras” si no se funda en la verdad, si no se construye de acuerdo con la justicia, si no está vivificada y completada por la caridad, y si no se realiza en la libertad (cf. S. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris, 37).

La construcción de la paz en la verdad y en la justicia significa reconocer que «son muchas y muy grandes las diferencias entre los hombres en ciencia, virtud, inteligencia y bienes materiales» (ibíd., 87), lo cual jamás puede justificar el propósito de imponer a los demás los propios intereses particulares. Por el contrario, todo esto constituye una fuente de mayor responsabilidad y respeto.

Asimismo, las comunidades políticas, que legítimamente pueden diferir entre sí en términos de cultura o desarrollo económico, están llamadas a comprometerse a trabajar «por el progreso común», por el bien de todos (ibíd., 88).

De hecho, si realmente queremos construir una sociedad más justa y segura, debemos dejar que las armas caigan de nuestras manos: «No es posible amar con armas ofensivas en las manos» (S. Pablo VI, Discurso a las Naciones Unidas, 4 octubre 1965, 10). Cuando nos entregamos a la lógica de las armas y nos alejamos del ejercicio del diálogo, nos olvidamos trágicamente de que las armas, antes incluso de causar víctimas y ruinas, tienen la capacidad de provocar pesadillas, «exigen enormes gastos, detienen los proyectos de solidaridad y de trabajo útil, alteran la psicología de los pueblos» (ibíd.). ¿Cómo podemos proponer la paz si frecuentamos la intimidación bélica nuclear como recurso legítimo para la resolución de los conflictos? Que este abismo de dolor evoque los límites que jamás se pueden atravesar. La verdadera paz sólo puede ser una paz desarmada. Además, «la paz no es la mera ausencia de la guerra […]; sino un perpetuo quehacer» (Conc. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 78). Es fruto de la justicia, del desarrollo, de la solidaridad, del cuidado de nuestra casa común y de la promoción del bien común, aprendiendo de las enseñanzas de la historia.

Recordar, caminar juntos, proteger. Estos son tres imperativos morales que, precisamente aquí en Hiroshima, adquieren un significado aún más fuerte y universal, y tienen la capacidad de abrir un camino de paz. Por lo tanto, no podemos permitir que las actuales y nuevas generaciones pierdan la memoria de lo acontecido, esa memoria que es garante y estímulo para construir un futuro más justo y más fraterno; un recuerdo expansivo capaz de despertar las conciencias de todos los hombres y mujeres, especialmente de aquellos que hoy desempeñan un papel especial en el destino de las naciones; una memoria viva que nos ayude a decir de generación en generación: ¡nunca más!

Precisamente por eso estamos llamados a caminar juntos, con una mirada de comprensión y de perdón, abriendo el horizonte a la esperanza y trayendo un rayo de luz en medio de las numerosas nubes que hoy ensombrecen el cielo. Abrámonos a la esperanza, convirtiéndonos en instrumentos de reconciliación y de paz. Esto será siempre posible si somos capaces de protegernos y sabernos hermanados en un destino común. Nuestro mundo, interconectado no sólo por la globalización sino desde siempre por una tierra común, reclama más que en otras épocas la postergación de intereses exclusivos de determinados grupos o sectores, para alcanzar la grandeza de aquellos que luchan corresponsablemente para garantizar un futuro común.

En una sola súplica abierta a Dios y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, en nombre de todas las víctimas de los bombardeos y experimentos atómicos, y de todos los conflictos, desde el corazón, elevemos conjuntamente un grito: ¡Nunca más la guerra, nunca más el rugido de las armas, nunca más tanto sufrimiento! Que venga la paz en nuestros días, en este mundo nuestro. Dios, tú nos lo has prometido: «La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo» (Sal 84,11-12).

Ven, Señor, que es tarde y donde sobreabundó la destrucción que hoy  también pueda sobreabundar la esperanza de que es posible escribir y realizar una historia diferente. ¡Ven, Señor, Príncipe de la paz, haznos instrumentos y ecos de tu paz!

«Por mis hermanos y compañeros, voy a decir: La paz contigo» (Sal 122,8).

© Librería Editorial Vaticana

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