Su pontificado, recordamos, fue uno de los más breves de la historia. En efecto, duró sólo 33 días. El “Papa de la sonrisa” fue encontrado sin vida en su cama la mañana del 28 de septiembre de 1978.
En su único discurso Urbi et Orbi, el Papa Juan Pablo I reafirmó a la Iglesia que su primer deber es el de la evangelización, y la exhortó a continuar con el esfuerzo ecuménico.
En su discurso del 10 de septiembre de aquel año, dirigido a los representantes de la prensa internacional, les pidió que se acercaran más a sus propios semejantes, que percibieran más de cerca el ansia por la justicia, la paz y la fraternidad, y que instauraran con ellos vínculos más profundos de participación, entendimiento y solidaridad con vistas a un mundo más justo y humano”.
En sus tan sólo cuatro audiencias generales, este Papa afrontó el tema de la humildad, de la fe, de la esperanza y de la caridad, hablando con un estilo tan personal que hizo que surgiera inmediatamente su vocación a la misión pastoral y catequística.
De hecho, otro de los nombres que con que se recuerda a Juan Pablo I es “el Papa humilde”, “el Papa catequista” o el “Papa párroco del mundo”, para subrayar su amor por la catequesis, entendido como pasión comunicativa al servicio de la verdad cristiana y no como forma reducida de evangelización.
(María Fernanda Bernasconi – RV).
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