VER
Ante la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos, hay preocupación en muchos frentes, no sólo en su país, sino en el mundo. Hay temor entre los migrantes indocumentados, la mayoría mexicanos, porque se propone deportarlos, pues dice que les quitan trabajo a los norteamericanos. Esto es falso, pues los nuestros hacen allá lo que ellos no quieren hacer. Los migrantes colaboran para mejorar la economía de ese país, pues pagan impuestos y hacen productiva la agricultura y la industria.
Quiere impedir que empresas norteamericanas inviertan en nuestro país, sobre todo las automotrices, que aquí generan miles de empleos, para que esos trabajos se queden allá, sin advertir que esos capitales no vienen a México por caridad y por amor a nuestro pueblo, sino porque invertir aquí les conviene para su propia economía, que tiene su base, y por tanto, su beneficio, en aquel país. No advierte que, si en nuestros países no hay fuentes de trabajo, aumenta la pobreza y, con ello, automáticamente la migración. Nuestros pueblos emigran por necesidad económica, no por gusto. Ningún muro impedirá que los pobres intenten internarse en los Estados Unidos, a pesar de todas las restricciones que les pongan. Si el dinero que invierten en su muro y en toda su tecnología para detener a los migrantes lo invirtieran en nuestros países pobres para generar desarrollo, habría mucho menos migrantes.
Con un egoísmo nacionalista, quiere abrogar o renegociar el Tratado de Libre Comercio entre su país con México y Canadá, no para el bien de los tres países, sino sólo para el suyo.
PENSAR
Trump es de religión presbiteriana; juró sobre una Biblia ejercer su cargo e invocó la ayuda de Dios. Sin embargo, su visión en netamente economicista, pues es un empresario, a quien lo que más le importa es el negocio, el dinero, lo económico. Esto es una contradicción con la fe cristiana, pues Jesucristo nos ha dicho que el dinero no puede ser nuestro dios, y que, por tanto, no puede ser lo económico el criterio último para tomar decisiones. Jesucristo nos enseña el amor al pobre, la solidaridad con el necesitado, la ayuda a los migrantes.
El Papa Francisco, en La alegría del Evangelio, es muy explícito: “¡No a una economía de la exclusión! Esa economía mata. El poderoso se come al más débil. Grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve. Los excluidos no son explotados, sino desechos, sobrantes. Los excluidos siguen esperando. Se ha desarrollado una globalización de la indiferencia.
¡No a la nueva idolatría del dinero! La adoración del antiguo becerro de oro ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro humano. Las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente; las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar. El medio ambiente queda indefenso ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta.
¡No a un dinero que gobierna en lugar de servir! ¡El dinero debe servir y no gobernar! Los ricos deben ayudar a los pobres, respetarlos, promocionarlos. Os exhorto a la solidaridad desinteresada y a una vuelta de la economía y las finanzas a una ética en favor del ser humano” (Nos. 53-58).
ACTUAR
¿Qué hacer? Son válidas las protestas; sin embargo, lo más inmediato es cuidar el empleo en nuestro país y no abandonar el campo, que es la fuente principal de autosuficiencia alimentaria. Hay que proteger el maíz criollo, para no depender de semillas transgénicas que vienen de fuera. Si alguien tiene necesidad de salir a buscar trabajo, que no se exponga a los peligros de intentar llegar a los Estados Unidos, sino que lo busque aquí, sea en los centros turísticos, sea en las cosechas al norte de nuestra patria, o en otra cosa. Que se administren bien las remesas que mandan los que aún trabajan al otro lado, y que éstos busquen mecanismos para que no les cobren impuestos exagerados, con los cuales Trump quiera cobrar su muro.
Que nuestras autoridades federales defiendan con dignidad los derechos de nuestra patria, sin dejarse amedrentar por el poder del dinero del Norte. Hay valores humanos que están por encima del dinero. Hoy la economía no es nacional, sino mundial, y hay que tener un corazón abierto a las necesidades de los más pobres.
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