Por: Plinio Correa de Oliveira
(ZENIT Noticias, 28.10.2021).- Una institución católica representada, defendida y encarnada por personas totalmente fieles, es indestructible. La única forma que la Revolución tiene de entrar allí, progresar y derribarla, es corrompiendo a los fieles. Este es el punto de partida que encamina hacia el abismo.
La invasión musulmana de España
La Historia nos presenta hechos que nos pueden parecer sorprendentes. Por ejemplo, la caída de España visigoda bajo el dominio de los árabes del norte de África: España se derrumbó como un castillo de cartas. Podemos decir que España tuvo héroes, tuvo mártires, que fue enteramente católica. Entonces, ¿cómo colapsó de un momento para otro?
Está probado que hubo una serie de católicos que en realidad eran criptoarrianos, que eran gnósticos, como el famoso Obispo Recafredo (1). En realidad eran arrianos velados que entregaron España a los moros. Esto se explica por el amor que todo hereje tiene a cualquier herejía que sirva para destruir a la Iglesia Católica.
El ejemplo del protestantismo
Tomen la victoria del protestantismo. La victoria del protestantismo no se debió al hecho de que hubiera muchas personas malvadas en ese momento, sino al hecho de que una buena parte del clero era superficial, despreocupado, indolente, liberal. Vieron crecer la marea protestante pero no reaccionaron, no se preocuparon, llegando incluso a afirmar que el peligro protestante no era más que una pelea de frailes.
Si no hubiera existido tal cosa y -como comentó el Cardenal Mercier, gran Arzobispo de Malinas- que en la Cátedra de San Pedro hubiera estado un San Pío X en ese momento, el protestantismo no habría podido apoderarse de una tercera parte de Europa. El protestantismo encontró en los fieles esa misma indolencia. Por eso, venció.
En los países nórdicos nos encontramos con una situación análoga que facilitó la propagación del protestantismo. En Suecia, Noruega, Dinamarca, Inglaterra, Escocia, los Países Bajos, en ciertas partes de Suiza, el protestantismo venció fulgurantemente. Fue como un incendio en un palacio de celuloide. En poco tiempo el catolicismo fue destruido con el apoyo unánime de un clero relajado, sin celo y sin amor a Dios. Si no fuera por esto, el protestantismo no habría vencido.
La Revolución francesa
Lo mismo puede decirse de las instituciones temporales originadas por la civilización católica.
¿Por qué venció la Revolución Francesa? A menudo se dice que fue porque los revolucionarios tenían una gran audacia y una gran fuerza de impacto. Eso no es verdad.
Si los representantes naturales de las instituciones entonces vigentes hubieran luchado seriamente; si hubieran empleado todos los medios de fuerza, sabiduría y astucia necesarios para luchar; si de alguna manera no estuvieran contaminados con el espíritu de la Revolución, ese movimiento no habría vencido.
Existe un hecho estrictamente histórico que apenas se menciona: el Consejo de Estado de Luis XVI había resuelto, con su consentimiento, poco antes de la Revolución Francesa, destruir la Iglesia de Notre Dame ‒por ser anacrónica y expresión de una época bárbara‒ para reemplazarla por un templo de forma griega. Pero lo que salvó el santuario de Notre Dame, alta expresión del espíritu gótico, fue involuntariamente la Revolución Francesa. Ella impidió que el rey la derribara.
Se sabe que el rey estuvo a punto de no coronarse en Reims, porque los ministros le dijeron que era una ceremonia anacrónica y que la coronación ya no tenía sentido. Fue él quien, después de todo, en medio de sus habituales indecisiones, decidió coronarse.
Todo aquello estaba hueco y, porque estaba vacío, se hundió.
La burguesía y el comunismo
Hoy, si la burguesía no estuviera llena de simpatía por los principios que, en el fondo, contienen el comunismo ‒como los principios de la Revolución Francesa, la libertad, la igualdad, la fraternidad‒ el comunismo no sería un peligro. El gran peligro del comunismo radica en la condescendencia que los anticomunistas tienen por las cosas que llevan al comunismo. Ahí es donde radica el verdadero peligro.
Así entendemos naturalmente que nuestro adversario comprende que la verdadera lucha consiste en destruir la Iglesia y demoler las instituciones temporales nacidas de ella.
La verdadera lucha para ellos no es el ataque frontal; sino introducir en esas instituciones elementos que no tienen su espíritu y que son conniventes con el ataque que se avecina. Así, pudren la línea de resistencia interna y luego vencen. La victoria no es fruto de una ofensiva frontal.
El progresismo «católico»
Si no existiera el progresismo católico, les aseguro, y podría probarlo ‒en una exposición que sería más larga que ésta‒ que no habría peligro comunista para el mundo.
Se trata entonces para ellos de crear dos máquinas: una de putrefacción interna en nuestras filas: este es el elemento decisivo. Y la otra, para derribar la muralla debilitada.
Imaginemos, una fortaleza medieval sitiada: si hubiera magos que pudieran ablandar todas las piedras; otros podrían empujar las piedras ablandadas para derribar la muralla. Son dos acciones. La más peligrosa es la de la descomposición interna.
Transcripción de una conferencia ofrecida por el autor y adaptada originalmente en texto por Acción Familia.
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