Dulces tentaciones


1° Domingo de Cuaresma - Génesis 2, 7-9; 3, 1-7: Creación y pecado de nuestros primeros padres.


San Cristóbal de las Casas, 07 de marzo de 2014 (Zenit.org) Mons. Enrique Díaz Diaz | 0 hits


Salmo 50: “Misericordia, Señor, hemos pecado”


Romanos 5, 12-19: “El don de Dios supera con mucho el delito”


San Mateo 4, 1-11: “No sólo de pan vive el hombre”


Semidormida y obligada, llevaron a la jovencita a la oficina parroquial. “¿No estará poseída por el maligno?”, me susurraron en voz baja, como temiendo ser escuchados y me describieron los horribles ataques que sufría. Me explicaron que no lograban controlarla ni los hombres más fuertes, pronunciaba sonidos ininteligibles, se le veían brillantes sus ojos… todo los atemorizaba. Cuando tuvo un poco de confianza, la adolescente contó su historia: padres divorciados, violencia familiar, anhelos de ser libre, ambición de riqueza fácil, drogas, prostitución, violaciones… ¡Como para volver loco a cualquiera! No, no estaba poseída, pero sí era víctima de las tentadoras redes diabólicas que nos seducen sin darnos cuenta: el egoísmo, la ambición, el deseo de poder.


En los últimos tiempos es más fácil creer en la posesión diabólica que reconocer la tentación que el diablo a diario nos propone. Negamos su existencia, negamos el pecado, lo reducimos a cuestiones sicológicas o sociológicas y excluimos la maldad. El Papa Francisco, con su lenguaje llano y claro, nos hablaba en días pasados sobre “la tentación” de olvidar la tentación, de olvidar que hay pecado, de olvidar que somos frágiles. Decía: “A todos nos puede suceder esto. Todos somos pecadores y todos sentimos la tentación, la tentación es el pan nuestro de cada día. Si alguno de nosotros dijese: ‘Yo no tengo tentaciones’, o eres un querubín o eres un poco tonto, ¿no? Se entiende… la lucha es normal en la vida y el diablo no está tranquilo, él quiere ganar. Pero el problema, el problema más grave… no es tanto la tentación y el pecado sino que no se habla de pecado, se habla de un ‘problema’ que se tiene que resolver. ¡Esto es un signo! Cuando el Reino de Dios disminuye, cuando va a menos, uno de los signos es que se pierde el sentido del pecado”.


No podemos leer las tentaciones que hoy nos propone San Mateo con espíritu periodístico o histórico, sino comprendiendo que el Apóstol nos quiere describir las tentaciones que Jesús tuvo que pasar a lo largo de su vida y lo hace utilizando un lenguaje simbólico y metafórico. La tres “tentaciones” engloban todas las realidades que tienen vigencia no sólo en aquellos tiempos sino que también hoy, silenciosa y malignamente, se van metiendo en el corazón del hombre. En cada una de las tentaciones, como en el relato teológico que hoy nos presenta el Génesis, el demonio se disfraza y seduce trastocando los valores, encubriendo el engaño, presentando lo malo como bueno. Nos las presenta como dulces tentaciones.


¿Qué de malo tendría que Jesús transformara las piedras en panes? Hizo algunas multiplicaciones y sació a multitudes… Muchos opinarían que con estos milagros acabaría el hambre en el mundo. Pero Jesús abre otro camino, nos dice que no es el vientre el regidor del hombre y que no es el placer su único fin. Es cierto que lo primero que una persona necesita es comer, pero no se puede manipular al pueblo con el hambre ni quitarle su dignidad. ¡Cuántos crímenes se comenten abusando de las necesidades básicas de la humanidad! ¡Cómo se compran y venden conciencias con tal de tener lleno el estómago! En el fondo de muchas injusticias, de la migración, de la trata de personas, está esta manipulación del hombre en sus necesidades básicas: comer, vivir, tener un hogar donde vivir. Pero esto es matar el anhelo profundo del ser humano al esclavizarlo para sobrevivir. Gran injusticia negar el pan, gran injusticia negar la dignidad de la persona. Hoy también caemos en esa tentación: dar más importancia al placer que a la dignidad, comprar y vender conciencias aprovechándonos de las necesidades. Necesitamos despertar el hambre de justicia, de amor y de verdad para superar estas limitaciones.


La segunda tentación consiste en querer manipular a Dios y ponerlo a nuestro servicio. ¿Parecería una tentación superada? No, como el Papa Francisco constantemente lo ha recordado, no podemos “comprar a Dios” con nuestros actos, ni construir una religión para nuestra satisfacción. La gran riqueza de Jesús es su confianza ilimitada en Dios su Padre, pero buscando siempre su voluntad y su gloria, no la propia voluntad. La fuerte tentación será querer utilizar a Dios para los propios proyectos, convertir a Dios en esclavo nuestro. Y nuestro mundo tiene la tentación de quedarse más en la máscara que en el propio ser, más en la apariencia que en el contenido, más en la opinión de los demás que en el ser interior. Nos hemos vaciado de nosotros mismos y de Dios y quedamos a merced de las opiniones ajenas y de las modas y las ideologías. Se convierte el hombre en veleta, sin principios: hoy es de una religión, de un partido, de una tendencia; mañana, ha cambiado y se adapta a lo que mejor le conviene con tal de estar a tono con las nuevas tendencias. Y llegamos a una religión comodina y fácil, que dé gusto a todos y que no respete ni a Dios ni a los demás.


La tercera tentación es igualmente actual y seductora: convertirse en amo y dueño, quitar a Dios de la vida, asumir las riendas de la historia y de la humanidad al propio gusto y capricho. Ya hace ocho días nos advertía Jesús que no se puede servir a Dios y al dinero; ahora aparece claramente: adoración del dios dinero; someterse a su poder; seguir sus dictados, para sentirse dueño del mundo. Buscar el poder y el triunfo a cualquier precio, aun destruyendo a los hermanos y postrándose ante cualquier ídolo. ¿Fantasías? Baste ver nuestros sistemas económicos y sociales para darse cuenta de cómo nos hemos rendido al dios dinero y al poder de la riqueza. Las tentaciones de Jesús son las tentaciones de todo hombre y de todos los hombres: el placer, la fama, la riqueza y el poder.


Todos estamos siendo tentados. No es cuestión de asustarnos con el demonio, pero tampoco es hora de olvidar su astucia. Se necesita creer más en Dios que en el demonio. La gracia es infinitamente más fuerte que el mal, pero sería peligroso olvidarse de la propia fragilidad. ¿En qué tentaciones se ha enredado mi corazón? ¿Bajo qué pretextos me olvido de Dios, de su palabra y de los hermanos? Hoy necesitamos recordar que la misericordia y el amor de Dios siempre están a la puerta para que les abramos nuestro corazón.


Padre Bueno, que superando nuestras tentaciones, en esta Cuaresma descubramos la inmensidad de tu amor y comprendamos que la verdadera conversión pasa por el encuentro con el hermano pobre y desamparado. Amén.



(07 de marzo de 2014) © Innovative Media Inc.


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