Concluyendo 2017, el Papa rinde homenaje a los ciudadanos que “aman su ciudad no con palabras sino con hechos”

(ZENIT – 31 dic. 2017).- El Papa Francisco ha rendido homenaje  a los ciudadanos de Roma que cumplen con su deber cada día, sin publicidad, en las primeras vísperas de la solemnidad de Santa María Madre de Dios, en la Basílica de San Pedro, este domingo 31 de diciembre de 2017. Ha expresado su gratitud a “todos los artesanos del bien común, que aman a su ciudad no con palabras sino con hechos” y que cooperan así “silenciosamente por el bien común”.

En su homilía, el Papa ha saludado a “todas aquellas personas que cada día contribuyen con gestos concretos, pequeños pero preciosos, al bien de Roma: buscan cumplir mejor con su deber, se desplazan en la circulación con criterio y prudencia, respetando los lugares públicos y señalando lo que no va bien, están atentas a las personas mayores o con dificultades.

“Estas personas, ha añadido, no lloran entre ellos mismos, ni albergan resentimiento ni amargura, sino que se esfuerzan por hacer su parte todos los días para mejorar un poco las cosas”.

El Papa Francisco también ha expresado su gran ”estima por los padres, maestros y educadores que, con este estilo, buscan formar a los niños y a los jóvenes en el sentido cívico”.

Citando “las pequeñas y grandes ofensas a la vida, a la verdad, a la fraternidad, que causan múltiples formas de degradación humana, social y ambiental”, ha dicho el Papa al final del 2017: “Queremos y debemos asumir nuestra responsabilidad de todo, delante Dios, delante de los hermanos y delante de la creación”.

La liturgia ha sido seguida por la exposición al Santísimo Sacramento, por el tradicional Te Deum, en acción de gracias por el año civil que se va, y por la bendición eucarística.

A.K

Homilía del Papa

“Cuando vino el cumplimiento de los tiempos, Dios envió a su Hijo” (Gal 4: 4). Esta celebración vespertina respira la atmósfera de la plenitud de los tiempos. No porque estamos en la última tarde del año civil, sino porque la fe nos hace contemplar y sentir que Jesucristo, el Verbo hecho carne, dio plenitud al tiempo del mundo y de la historia humana.

«Nacido de una mujer» (v.4). La primera en experimentar este sentido de plenitud dado por la presencia de Jesús fue precisamente la “mujer” de quien “nació”. La Madre del Hijo Encarnado, Theotokos, Madre de Dios. A través de ella, por así decirlo, ha brotado la plenitud del tiempo: a través de su corazón humilde y lleno de fe, a través de toda su carne impregnada del Espíritu Santo.

A partir de ella, la Iglesia ha heredado y hereda continuamente esta percepción interna de la plenitud, lo que alimenta un sentimiento de gratitud, como la única respuesta humana digna del don inmenso de Dios. Un agradecimiento conmovedor, que, a partir de la contemplación de aquel Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre, se extiende a todo y a todos, al mundo entero. Es un “gracias” que refleja la Gracia; no viene de nosotros, sino de Él; no proviene de mí, sino de Dios, e involucra al yo y al nosotros.

En este ambiente creado por el Espíritu Santo, elevamos a Dios la acción de gracias por el año que toca a su fin, reconociendo que todo lo bueno es su don.

Incluso en esta época del año 2017, que Dios nos había dado íntegro y sano, los humanos hemos perdido y herido en muchos aspectos con obras de muerte, con mentiras e injusticias. Las guerras son el signo flagrante de este orgullo reincidente y absurdo. Pero también lo son todas las pequeñas y grandes ofensas a la vida, a la verdad, a la fraternidad, que causan múltiples formas de degradación humana, social y ambiental. Queremos y debemos asumir nuestra responsabilidad de todo, ante Dios, nuestros hermanos y nuestra creación.

Pero esta noche prevalece la gracia de Jesús y su reflejo en María. Por lo tanto, prevalece la gratitud, que, como Obispo de Roma, siento en mi alma, pensando en las personas que viven en esta ciudad con el corazón abierto.

Siento una sensación de simpatía y agradecimiento por todas aquellas personas que cada día contribuyen con pequeñas pero preciosas acciones concretas para el bien de Roma: tratan de hacer lo mejor su deber, que se mueven en el tráfico con sabiduría y prudencia, respetando los lugares públicos y señalan cosas que están mal, prestan atención a las personas mayores o en dificultad, y así sucesivamente. Estos y miles de otros comportamientos expresan concretamente el amor por la ciudad. Sin discursos, sin publicidad, pero con un estilo de educación cívica practicada en la vida cotidiana. Y así ellos cooperan silenciosamente en el bien común.

También siento una gran estima por los padres, maestros y todos los educadores que, con este mismo estilo, intentan formar a los niños y jóvenes en un sentido cívico, una ética de responsabilidad, educándolos para que se sientan parte de ellos, para que se cuiden a sí mismos, para interesarse en la realidad que los rodea.

Estas personas, incluso si no son noticia, son la mayoría de las personas que viven en Roma. Y entre ellos, muchos están en condiciones de dificultades económicas; sin embargo, no lloran entre sí, ni albergan resentimientos y rencores, sino que se esfuerzan por hacer su parte todos los días para mejorar un poco las cosas.

Hoy, en la acción de gracias a Dios, los invito a expresar también la gratitud por todos estos artesanos del bien común, que aman a su ciudad no con palabras sino con hechos.

© Traducción de ZENIT, Raquel Anillo

 

 

 

 

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