“¡Sus almas no están discapacitadas!” – Testimonio de las Hermanitas Discípulas del Cordero

(ZENIT – 24 julio 2019).- “¡Sus almas no están discapacitadas!”: este es el testimonio de las Pequeñas  Hermanas Discípulas del Cordero, asentadas en el centro de Francia, la primera comunidad contemplativa del mundo que acoge a personas con síndrome de Down en una vida consagrada. Vatican News recoge la historia de esta vocación, que publicaron el 23 de julio de 2019 en la edición española.

Los medios de comunicación vaticanos relatan el origen de esta aventura: la amistad vivida en los años ochenta entre Line, una joven en búsqueda espiritual, que quería vivir su vocación al servicio de los más jóvenes, y Véronique, una joven con síndrome de Down que quería consagrarse al Señor.

Las Hermanitas discípulas del Cordero son actualmente 10: dos monjas capaces y ocho con síndrome de Down. La comunidad sigue siendo frágil y espera dar pronto la bienvenida a otras hermanas capaces, porque las hermanas Down necesitan apoyo en sus vidas diarias. Sin embargo, en realidad, “son autónomas, ya que la vida contemplativa les permite vivir a un ritmo regular. Para las personas con síndrome de Down, los cambios son difíciles, pero cuando la vida es muy regular, logran gestionarla bien”, explica la madre Line.

Historia de una amistad

Tras visitar varias comunidades que acogían a personas con discapacidad, Line, convertida poco después en la madre superiora de las Hermanitas Discípulas del Cordero (Petites Soeurs Disciples de l’Agneau), se encontró con la joven Véronique, una niña con síndrome de Down, la que le “inspiró para un nuevo comienzo”, relata la francesa. “Me prometí a mí misma ayudarla para cumplir su vocación”.

La hermana Véronique recuerda cómo sintió su vocación: “Han pasado 34 años desde que sentí la llamada de Jesús. He intentado conocer a Jesús leyendo la Biblia y el Evangelio”. “Nací con una discapacidad llamada síndrome de Down. Soy feliz, amo la vida. Rezo, pero estoy triste por los niños con síndrome de Down que no sentirán esta misma alegría de vivir”.

“Mi mayor alegría, ser la esposa de Jesús”

Esta amistad y aventura, vivida bajo el patrocinio de San Benito y Santa Teresa de Lisieux, se originó en los años ochenta. “Jesús me hizo crecer en su amor”, expresa Véronique. “Después de haber sido rechazada en la comunidad, mi alegría fue cuando, el 20 de junio de 2009, pude hacer votos perpetuos en el Instituto de las Hermanitas, discípulas del Cordero. Es mi mayor alegría, ser la esposa de Jesús”.

Madre Line encuentra en las religiosas con síndrome de Down una increíble fuerza espiritual. “Conocen la Biblia, la vida de los santos, tienen una memoria fabulosa. Son almas de oración, muy espirituales, muy cercanas a Jesús”, dice asombrada, viendo en su sencillez un signo profético para nuestro tiempo. “¡Sus almas no están incapacitadas! Al contrario, están más cerca del Señor, se comunican con Él más fácilmente. Las hermanas hábiles de la comunidad aprecian particularmente su capacidad de perdonar, la capacidad de animar a sus hermanas encontrando la frase correcta de la Biblia que da sentido al día”.

Primeros reconocimientos

El primer reconocimiento oficial que consiguieron Line y Véronique gracias al apoyo del cardenal Honoré, quien defenderá su caso en Roma. En 1990 le preguntaron a Mons. Jean Honoré (1920-2013), arzobispo de Tours y futuro cardenal, de reconocerlas, inicialmente, como una asociación pública de fieles laicos. Las hermanas se instalaron en un pequeño apartamento, una casa popular, y se unió otra joven con síndrome de Down.

En 1995, el creciente número de “miembros” obligó a las Hermanitas a mudarse: se establecieron en una propiedad en Le Blanc, una ciudad de 6.500 habitantes en la diócesis de Bourges. El arzobispo, Mons. Pierre Plateau (1924-2018), les acogió calurosamente y su intervención les ayudó a seguir progresando en Roma, en vista de obtener el estatus de un instituto religioso contemplativo, que finalmente obtuvieron en 1999.

En 2011, obtuvieron el reconocimiento definitivo de sus estatutos, tras desarrollar gradualmente el priorato y la capilla, gracias a la intervención del Arzobispo Armand Maillard, quien también había brindado su apoyo a la comunidad, “fuente de vida y alegría en este territorio”, describe Vatican News.

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