(ZENIT – 24 nov. 2019).- Con respecto a las personas que hoy en día sufren martirio por su fe, el Papa Francisco ha pedido: “levantemos la voz para que la libertad religiosa sea garantizada para todos y en todos los rincones del planeta” y “contra toda manipulación de las religiones”.
Hoy, 24 de noviembre de 2019, en torno a las 10:45, hora local (las 2:45 en Roma), el Santo Padre se ha dirigido al cerro Nishizaka, donde se encuentra el monumento a san Pablo Miki y otros 25 mártires para presidir un homenaje a los mismos.
San Pablo Miki y compañeros mártires
San Pablo Miki nació en Kyoto 1556 en una familia acomodada y es bautizado. Asistió a un colegio de la Compañía de Jesús y a los 22 años se hizo novicio, convirtiéndose así en el primer religioso católico japonés.
Experto de la religiosidad oriental, se le encargó la predicación. El cristianismo había llegado a Japón en 1549, con san Francisco Javier y Pablo Miki vivió años fecundos hasta que, a finales de 1500, el shogun Toyotomi Hideyoshi inició una persecución contra los cristianos, ordenando la expulsión de los sacerdotes.
Crucifixión
En diciembre de 1596 Pablo Miki, junto con algunos misioneros extranjeros y otros cristianos japoneses, fueron detenidos en Osaka y obligados a recorrer a pie el camino hacia Nagasaki. Este lugar fue escogido para su ejecución debido a la significativa presencia cristiana en esa ciudad.
El viaje, 800 km, duró un mes, y el 5 de febrero de 1597 Pablo Miki y sus compañeros fueron crucificados en el cerro Nishizaka. Antes de expirar, Pablo exhortó a todos a seguir la fe de Cristo y perdonar a sus camaradas.
Monumento a los Mártires
La muerte de Pablo y sus compañeros marcó, de hecho, el inicio de un largo periodo de dos siglos de dura persecución antricristiana en Japón.
Todos ellos fueron beatificados en 1627 y canonizados en 1862. Cien años después, sobre ese mismo lugar, en 1962, se erigió un monumento de ladrillo rojo que presenta, engastadas formando una cruz, las estatuas de bronce de tamaño natural de los 26 mártires.
Santuario y Museo de los Mártires
El papa Juan Pablo II visitó como peregrino este Monumento de los Mártires de Nagasaki el 26 de febrero de 1981. Posteriormente, este lugar, que tiene vistas a la catedral de Oura, también dedicada a los mártires, fue designado como monumento santuario nacional japonés.
Detrás del monumento se encuentra el Museo de los Mártires, que custodia la historia del cristianismo en Nagasaki a través de una colección de objetos cotidianos, como, por ejemplo, una carta de san Francisco Javier.
Homenaje a los mártires
A su llegada, Francisco fue acogido por el director del Museo de los Mártires, por un sacerdote y por un hermano de la Compañía de Jesús. Después de un canto inicial, una familia entregó unas flores al Papa, que este depositó delante del memorial.
El Obispo de Roma encendió una vela ofrecida al mismo por un descendiente de los cristianos perseguidos para después iniciar un momento de oración en silencio frente al Monumento de los Mártires y se han incensado las reliquias.
A continuación, el Papa Francisco pronunció un saludo y rezó el Ángelus con los presentes.
Regalo del Papa
El Santo Padre ofreció como regalo una lámpara de pie fabricada especialmente para esta visita del Obispo de Roma a Japón. Fundida en latón plateado, mide 120 cm de altura. Consta de una base con tres bandas, con el símbolo “PAX” en relieve.
También tiene un tallo cilíndrico con un nudo que lleva una medalla con el escudo de armas del Papa Francisco. En la parte superior, hay un escudo de cera con tres velas que sostienen la lámpara.
Palabras de Francisco
En sus palabras, el Papa Francisco ha señalado que esperaba “con ansias” este momento y que acudía “como peregrino a rezar, a confirmar, y también a ser confirmado por la fe de estos hermanos, que con su testimonio y entrega nos señalan el camino”.
De este modo, se refirió a las muertes de Pablo Miki y los 25 mártires en 1597, “que consagraron este campo con su sufrimiento y su muerte”. No obstante, para el Pontífice, este lugar “más que de muerte, nos habla del triunfo de la vida” porque, como consideraba Juan Pablo II esta colina es un “Monte de las Bienaventuranzas, donde podemos tocar el testimonio de hombres invadidos por el Espíritu Santo, libres del egoísmo, de la comodidad y del orgullo (cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 65)”.
Discipulado misionero
“Su testimonio nos confirma en la fe y ayuda a renovar nuestra entrega y nuestro compromiso, para vivir el discipulado misionero que sabe trabajar por una cultura, capaz de proteger y defender siempre toda vida, a través de ese ‘martirio’ del servicio cotidiano y silencioso de todos, especialmente hacia los más necesitados”, subrayó Francisco.
Asimismo, remarcó que en este lugar también nos unimos a los cristianos que hoy viven el martirio por causa de la fe: “Mártires del siglo XXI que nos interpelan con su testimonio a que tomemos, valientemente, el camino de las bienaventuranzas. Recemos por ellos y con ellos (…).
A continuación sigue el saludo completo del Papa.
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Saludo del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas: Buenos días.
Esperaba con ansias este momento. Vengo como peregrino a rezar, a confirmar, y también a ser confirmado por la fe de estos hermanos, que con su testimonio y entrega nos señalan el camino. Les agradezco la bienvenida.
Este santuario evoca las imágenes y los nombres de los cristianos que fueron martirizados hace muchos años, comenzando con Pablo Miki y sus compañeros, el 5 de febrero de 1597, y la multitud de otros mártires que consagraron este campo con su sufrimiento y su muerte.
Sin embargo, este santuario, más que de muerte, nos habla del triunfo de la vida. San Juan Pablo II vio este lugar no sólo como el monte de los mártires, sino como un verdadero Monte de las Bienaventuranzas, donde podemos tocar el testimonio de hombres invadidos por el Espíritu Santo, libres del egoísmo, de la comodidad y del orgullo (cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 65). Porque aquí la luz del Evangelio brilló en el amor que triunfó sobre la persecución y la espada.
Este lugar es ante todo un monumento que anuncia la Pascua, pues proclama que la última palabra —a pesar de todas las pruebas contrarias— no pertenece a la muerte sino a la vida. No estamos llamados a la muerte sino a una Vida en plenitud; ellos lo anunciaron. Sí, aquí está la oscuridad de la muerte y el martirio, pero también se anuncia la luz de la resurrección, donde la sangre de los mártires se convierte en semilla de la vida nueva que Jesucristo, a todos, nos quiere regalar. Su testimonio nos confirma en la fe y ayuda a renovar nuestra entrega y nuestro compromiso, para vivir el discipulado misionero que sabe trabajar por una cultura, capaz de proteger y defender siempre toda vida, a través de ese “martirio” del servicio cotidiano y silencioso de todos, especialmente hacia los más necesitados.
Vengo hasta este monumento dedicado a los mártires para encontrarme con estos santos hombres y mujeres, y quiero hacerlo con la pequeñez de aquel joven jesuita que venía de “los confines de la tierra”, y encontró una profunda fuente de inspiración y renovación en la historia de los primeros mártires japoneses. ¡No olvidemos el amor de su entrega! Que no sea una gloriosa reliquia de gestas pasadas, bien guardada y honrada en un museo, sino memoria y fuego vivo del alma de todo apostolado en esta tierra, capaz de renovar y encender siempre el celo evangelizador. Que la Iglesia en el Japón de nuestro tiempo, con todas sus dificultades y promesas, se sienta llamada a escuchar cada día el mensaje proclamado por san Pablo Miki desde su cruz, y compartir con todos los hombres y mujeres la alegría y la belleza del Evangelio, Camino, Verdad y Vida (cf. Jn 14,6); que podamos cada día liberarnos de todo aquello que nos pesa e impide caminar con humildad, libertad, parresia y caridad.
Hermanos: En este lugar también nos unimos a los cristianos que en diversas partes del mundo hoy sufren y viven el martirio a causa de la fe. Mártires del siglo XXI que nos interpelan con su testimonio a que tomemos, valientemente, el camino de las bienaventuranzas. Recemos por ellos y con ellos, y levantemos la voz para que la libertad religiosa sea garantizada para todos y en todos los rincones del planeta, y levantemos también la voz contra toda manipulación de las religiones, «por políticas integristas y de división y por los sistemas de ganancia insaciables y las tendencias ideológicas odiosas, que manipulan las acciones y los destinos de los hombres» (Documento sobre la fraternidad humana, Abu Dabi, 4 febrero 2019).
Pidamos a Nuestra Señora, Reina de los Mártires, a san Pablo Miki y a todos sus compañeros que a lo largo de la historia anunciaron con sus vidas las maravillas del Señor, que intercedan por vuestra tierra y por la Iglesia toda, para que su entrega despierte y mantenga viva la alegría por la misión.
Angelus Dómini nuntiávit Mariae…
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