“Los dos problemas fundamentales de México, la desigualdad y la violencia”. Entrevista al Nuncio Apostólico en México (1ª parte)

Por: Ana Paula Morales

(ZENIT News Agency / Ciudad de México, 04.08.2021).- México ha experimentado en las últimas décadas transformaciones cualitativas de gran importancia en su estructura social, económica y política. En ese contexto, en los últimos cinco años se ha venido instrumentando, a través de un complejo proceso de negociación entre las principales fuerzas políticas, el proyecto denominado “Reforma del Estado”.

Las reformas referidas posibilitaron el fortalecimiento de la competencia partidista del país, fomentando el tránsito de un sistema de partido dominante a uno caracterizado por un pluralismo competitivo en el que tienen cabida las más variadas ideologías y corrientes de opinión.

De hecho, el gobierno actual ha marcado más la diferencia de clases sociales: llamando a los ricos «fifis» y desprestigiando a la clase media llamándola «aspiracionista». A la gente popular la han llamado «chairos».

Otro aspecto importante es el impacto de la inseguridad en la economía de México que ascendió a 4.71 billones de pesos, lo que equivale al 22.5% de su PIB, reveló a mediados de julio el Índice de Paz México 2021 del Instituto para la Economía y la Paz (IEP). En este contexto entrevistamos al Nuncio del Papa en México, Mons. Franco Coppola. Ofrecemos la primera parte de esta entrevista realizada por nuestra corresponsal en México.

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Pregunta: ¿Cómo lograr ese cambio de mentalidad a que no “sea lo que sea” sino que haya mejores leyes, un cambio de mentalidad?

Respuesta.- Si por lo que se refiere a la violencia y también a la cuestión de la injusticia social, a esta desigualdad tan fuerte que existe, no son cosas que se puedan arreglar con leyes, no son cosas que se pueda arreglar con la fuerza pública, con el Ejército o la Guardia Nacional. Es algo que se puede lograr sólo si todos los mexicanos se unen, reconocen que existe este problema y que tienen que resolverlo. Hablo de esto como italiano, que conoce los cárteles de la mafia. Todo esto y la violencia que esto genera no es una cosa que se puede resolver desde el gobierno. No es una cosa que se pueda resolver militarmente. Hay que recuperar un vacío del Estado que viene desde decenas de años atrás por el que estos carteles que se han instalado en lugares donde el Estado no estaba presente, ahora se van, y se van instalando también donde el Estado está presente. Pero han iniciado en los lugares más alejados: en Guerrero, en Michoacán, en Sinaloa, lejanos de donde está el centro del poder. No son estúpidos, son personas capaces. No se presentan como bandidos. Se presentan como personas que aseguran cierto orden en el lugar porque el Estado no está. Ellos se encargan de hacer la parte del Estado, pero lo hacen por su cuenta. Lo hacen porque es su negocio, obviamente, pero de otra manera; tratan también de asegurar un cierto orden. De esta manera tienen la cooperación de la población que de alguna forma se siente protegida.

Claro que una vez que han entrado, son poderosos y están bien asentados, muestran su verdadera cara. Y si algo les interesa no tienen respeto de nada. Es lo que está pasando ahora en muchos lugares por ejemplo con el reclutamiento forzado que hacen de los niños, de muchachos que me contaron las madres de Aguililla: los hijos llegan a 12 o 13 años y los mandan a Estados Unidos porque si no se los toman, no hay otra opción.

Pregunta: ¿Se los llevan?

Respuesta.- Sí. Los reclutan, es carne de cañón, porque son los primeros que son matados cuando hay enfrentamiento pues ponen a los muchachos más jóvenes delante.

Pregunta: ¿Cómo podríamos hacer ese cambio de mentalidad desde nosotros y cómo puede ser el apoyo desde la Iglesia?

Respuesta.- Es un verdadero cambio de mentalidad porque sí es necesario. No es necesario sólo en México sino en muchas partes del mundo. Frente al peligro, la reacción es de cuidarse. Cuidarme a mí. Yo me cuido y cuido a los míos. Las reacciones son cuidémonos todos.

Hay situaciones en las cuales efectivamente hay que estar en acción espontánea de participar todos en la defensa. Pero cuando no hay situaciones tan trágicas, por ejemplo un sismo, todos se ponen a servir, a trabajar. Lo hemos visto en el último sismo, cómo todos salieron a ayudar. Pero en la vida ordinaria normalmente estamos acostumbrados a proteger solo “lo mío” y “lo nuestro” no tanto. Debemos tener una mirada amplia, mirar el equilibrio global. Porque si yo me protejo a mí y hay otros que son desprotegidos tarde o temprano el problema me alcanzará. Y la tentación que yo vi (que tiene que ser algo de América, porque en Italia yo no lo he visto… puede ser que está entrando también en Europa), la impresión que a mí me suscitó es la impresión de lo que vi en Colombia: conjuntos cerrados, o sea, las colonias cerradas. Es una manera de protegerse. “Nosotros nos protegemos. Lo que pasa afuera no nos interesa”. Eso lo terrible de esta posición.

Lo terrible, lo que me había llamado a mí la atención era que en Colombia, en esos conjuntos cerrados, no permitían construir iglesias. Porque permitirles que haya una iglesia significa que todo el mundo puede entrar para ir a la iglesia. Puede entrar hasta pobres que piden limosna. Esto hace saltar toda la seguridad o tranquilidad del conjunto. Entonces no construyen iglesias en esos conjuntos. Esta es la reacción normal, pero es una reacción equivocada, porque es como si hay una gran tempestad.

El barco se está hundiendo: yo me creo uno pequeño. Me aíslo dentro de mi habitación en el transatlántico y pienso que de esta manera no me voy a hundir. No, me voy a hundir igualmente, porque la fuerza del mar es mucho más fuerte que yo. Entonces el cambio de mentalidad del cual hablaba es de esta conciencia que los problemas que existen: o lo resolvemos, los enfrentamos para resolverlos todos juntos, o si no nos van a acabar, no hay manera de protegerme yo solo, o sólo a los míos. Sobre todo, hoy en día, con la globalización, nos hace ver que un problema que está del otro lado del océano tarde o temprano llega aquí. Y pasa a ser un problema también para mí.

Entonces hay que dejar esta mirada miope, que piensa sólo en la propia seguridad de hoy y no piensa en lo que puede pasar mañana. Los dos problemas fundamentales de México, la desigualdad y la violencia, se resuelven sólo cuando todos en México nos damos cuenta de que es un problema de todos y que todos tenemos que poner nuestra contribución para poderlos resolver. Y pienso que las personas que viven en familia lo saben. No es nada fácil convencer a todos para hacer una cosa. Cuando se tienen hijos pequeños se les puede hacer avanzar juntos, pero crecen y es más difícil lograr que caminen todos en la misma dirección. No es nada fácil. Es por eso que la tentación es “yo me voy por lo mío”. No se puede hacer así en familia. Uno sabe que a veces uno querría correr más rápido, pero tiene que convencer al otro, y eso significa perder tiempo, que no es perder tiempo, es que es necesario. Para poder lograr el objetivo necesario es caminar todos juntos. Si no, no se puede.

Pregunta: ¿Cómo podría contribuir a ayudar a esa paz, por medio de lo que hago en mi profesión?

Respuesta.- Un cambio de mentalidad es algo enorme. Como objetivo se obtiene con la educación… Y quién mejor que los periodistas que pueden ayudar en el cambio de mentalidad.

Su palabra es leída y es compartida. Se trata de ayudar a sensibilizar sobre la realidad. Solos no alcanzamos. Es más difícil juntos, es más complicado, es más lento, pero es el único camino por el cual se puede lograr el objetivo, hacerlo todos.

Pregunta: Tocando justamente este tema, me gustaría ver un poco sobre las elecciones. Como ve, Ciudad de México se dividió. Pero, por ejemplo, ¿cuáles son los retos que enfrenta la Iglesia en México al ver una ciudad tan dividida? Desde el punto de vista de la iglesia, ¿cómo puede hacerse esa unión?

Respuesta.- Yo pienso que las elecciones son un momento. Gracias a Dios y gracias a como está organizado México no tienen todo el tiempo elecciones: una vez cada tres años y después se descansa hasta los próximos tres años. En Italia, en cambio, no es así. Entonces uno está en elecciones permanentes. Y esto es muy negativo porque las elecciones son tiempo necesariamente de división, porque hay que escoger. Pero no pienso que uno puede desear que haya un partido único. Entonces son un momento de división, un momento también en el cual se deben hacer avanzar ideas, gestos, su visión del mundo, de las necesidades del país. Pero una vez pasadas las elecciones, hay que recuperar la unión. Hay que recuperar el trabajo de conjunto. Las elecciones ponen en claro cuáles son las fuerzas, cuánto pesan las fuerzas que están en el país. Hay que ponerse de acuerdo y trabajar juntos por el bien del país

Pregunta: ¿Y cómo se puede llegar a hacer esa sinergia cuando una realidad está en división social? Por ejemplo: normalmente no se ve a ricos en una de pobres, en la de pobres no hay ricos (si algunos pidiendo dinero…)

Respuesta.- Ese es el gran trabajo que tendría que hacer la iglesia también. Sobre todo, el trabajo hay que hacerlo con los ricos, sobre ellos que pueden compartir lo que tienen. Es el gran desafío y aquí no quiero ser juez de nada y de nadie. El país lo conozco desde hace poco, relativamente, porque es un país grande, con una larga historia, casi cinco años. Es algo, pero todavía muy poco lo que conozco.

México me impresionó desde que llegué. La Iglesia puso, de hecho, entre paréntesis, toda la doctrina social. No se ha enseñado, no se ha compartido desde los seminarios. Cuando yo llegué a los seminarios del país no se enseñaba la doctrina social de la Iglesia porque parecía algo comunista. Por miedo al comunismo no se enseñaba. Cuando yo llegué había sólo algunos obispos que enviaban a sus seminaristas a los cursos de verano que daba el Instituto para la Doctrina Social de la Iglesia. Me parece que poco a poco hoy hay más seminarios donde se enseña, pero significa estar atrasados en la enseñanza. Y es por eso que en toda América Latina, a diferencia de otros lados del mundo, se ve esta gran diferencia de ricos que se sienten perfectamente cristianos y católicos sin preocuparse mínimamente de la situación social del país. Hay algunos con razón. Yo he encontrado, visitando Monterey, algunos empresarios muy, muy atentos a la cuestión social. Entonces hay también algunos de ellos que son atentos a este aspecto y que tienen visión de futuro, pero hay otros que no.

Y, sobre todo, hay una clase media que no se da cuenta de cuán afortunada es frente a 52% de mexicanos que no tiene para comer, que están al límite de la pobreza, que no tienen ninguna posibilidad de educar a sus hijos. Ninguna. Porque pueden sólo enviarles a escuelas públicas donde los maestros no van. Yo he visitado lugares de Guerrero donde está el edificio de la escuela: es peligroso y la gente que vive ahí no tiene ninguna posibilidad de educar a sus hijos.

En esto tampoco quiero regañar a nadie. Pero la función del periodista tendría que ser la de ser los ojos para ayudar a ver lo que pasa aquí. Me parece que hay muy poco periodismo que se ocupa de esta mitad del país, qué hace ver lo que pasa a los que tienen y que son una minoría. Entretanto, a estar agradecidos, a vivir agradecidos y no con queja, porque podrían tener más. Sino agradecido de lo que tienen y eventualmente recordarse de que lo que les sobra. Podrían utilizarlo mejor en favor de los que no tienen ni siquiera lo necesario.

Falta esa conciencia. No se habla de esto en las televisiones o en los periódicos, no hay nada que recuerde esta dimensión del país, que no es una dimensión marginal. Es la dimensión de más de la mitad de la población. Y no es fruto de un año, dos años, tres años. Es fruto de decenas de años, los inocentes en siglos en descuido.

Está claro que eso es algo enorme porque no se puede reparar en un año o dos años. Ni siquiera en una vida se puede recuperar el daño hecho en siglos, pero no hay otro camino que es encaminarse sobre esta senda: la senda de compartir, del sentirnos efectivamente familia. Decimos que nadie ha recordado a los católicos de este país que decir “Padre nuestro” significa que somos una misma familia. Y si en tu familia tú tienes un hermano o una hermana que sufre pobreza, pienso que tú te acuerdas de ella o de él.

Pero como no conocemos a nuestros hermanos de la periferia de Ciudad de México no nos sentimos como hermanos, aunque decimos el “Padre nuestro”. Ese es el trabajo que tiene que hacer la Iglesia. No es culpa de la gente, la gente no puede entender esas cosas. La Iglesia que tiene el Evangelio y tiene su doctrina social, tiene que enseñar. Tú describes que tu hijo es celoso de tu hija y tú lo ayudas a no ser que ser celoso. La misma cosa: la Iglesia como madre tiene que enseñar a sus hijos a quererse, a amarse, a compartir.

Continúa la segunda parte el día de mañana.

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