Las causas de la irritación política

Por: John Horvat II

(ZENIT News Agency, 27.08.2021).- Todo el mundo está de acuerdo en que hay algo diferente acerca de la irritación que se observa en la política hoy en día. Los problemas comunes que han dado forma al debate político durante años han permanecido en gran medida los mismos. La economía todavía está en mal estado, el terrorismo sigue siendo una de las principales preocupaciones y el déficit sigue creciendo más rápido que nunca.

Cambio de estados de espíritu

El estado de ánimo de la nación, sin embargo, ha sufrido un gran cambio. La gente está agria. Ellos no están molestos por algo, sino más bien enojados con alguien.

Yendo un poco más al fondo de la cuestión, se encuentra que, con mayor frecuencia, la gente está descargando su rabia no en cualquier individuo en particular, sino más bien en una clase, institución o grupo de personas. Los objetivos incluyen a los operadores tradicionales, políticos corruptos, burócratas, los grupos de presión, académicos políticamente correctos, clérigos o simplemente el “establishment”‒ cualquiera que sea el significado de esto. Esta aproximación desenfocada sostiene que hay que arrojar todo fuera y empezar de nuevo para lograr un cambio real.

Una actitud temperamental

Las causas de este descontento generalizado están igualmente desenfocadas. Hay razones racionales auténticas para este descontento, pero por lo general se manifiesta a través de sentimientos más que de hechos. Hay un sentimiento general de haber sido traicionado (a menudo legítimo) con relación a las instituciones de gobierno, que no han sido sensibles a una multiplicidad de problemas conflictivos. La gente siente que por lo general las cosas se encuentran estancadas y no avanzan. Muchos más, simplemente se sienten abandonados.

El resultado es un divorcio muy real entre las actuales políticas que dan forma a la nación y lo que la nación realmente necesita y quiere. Y al igual que todo divorcio, ocurre de modo muy desordenado.

Analogías con el divorcio vincular

Análogamente a un matrimonio roto, el elemento que falta es la confianza. La confianza del público en las principales instituciones ha caído en picado en las últimas cuatro décadas, con el Congreso en el subterráneo, con un índice de aprobación de menos del diez por ciento. A los medios de comunicación, al mundo académico, a las empresas y a los grupos religiosos no les va mucho mejor. Los candidatos anti-sistémicos están de moda y ganan por atacar a cualquiera aunque no esté ni remotamente relacionado con “el sistema”.

La erosión de la confianza pública ha sido realizada desde hace décadas, pero sólo ahora sus implicaciones políticas son cada vez más evidentes. El edificio gigante de la sociedad americana ‒aparentemente tan potente y resistente‒ es tan fuerte como el conjunto de contrafuertes, puntales y vigas que lo sostienen. En este caso, este sostén se compone de las relaciones personales basadas en la confianza que unen a las personas para la vida virtuosa en común. Estos lazos se pueden encontrar en las familias, las comunidades y otras asociaciones intermediarias que mantienen unida a la nación en la confianza. Por encima de todo, estos vínculos se forjan cuando las personas aman a sus vecinos como a sí mismos por amor a Dios, en la práctica de la caridad cristiana.

Disgregación de los grupos intermedios

No es ningún secreto que la solidez de estos vínculos sociales se ha debilitado de manera espectacular en los últimos años. Estas líneas importantes de comunicación en nuestra sociedad están siendo destruidas de arriba abajo. El respeto, el afecto, y la cortesía que fluyen de estas relaciones sociales, ya no facilitan la circulación orgánica; el flujo de ideas frescas y la vitalidad en toda la sociedad. Los grupos intermedios, como las parroquias y las comunidades locales, se están desvaneciendo al mismo tiempo que la sensación de seguridad que una vez dieron. Las personas ya no pueden identificarse con las instituciones sobrevivientes, que suelen ser enormes y burocráticas. De aquí viene la sensación muy real de estancamiento y alienación que es una parte tan importante de la irritación en política.

La modernidad hace poco para desalentar esta disgregación o la ira. En nombre de una diversidad sin unidad fuera de lugar, la gente anda en la agotadora tarea de definir su identidad, sexualidad y marca sin preocupación por la sociedad o el bien común. Aquellos que se oponen a esta diversidad son furiosamente etiquetados como “dogmáticos” o “intolerantes”.

La desintegración de la sociedad

Es por eso que ahora estamos viendo la desintegración frenética de una sociedad donde todos van a su manera. La gente se endurece en sus propias posiciones, y el mundo se convierte, en palabras de Alasdair MacIntyre, en “un lugar de encuentro de las voluntades individuales, cada uno con su propio conjunto de actitudes y preferencias y que entienden que el mundo únicamente como una arena para la consecución de su propia satisfacción”.

El resultado es un clima de desconfianza política que conduce a una polarización que es en realidad una disgregación del país en miles de pequeños polos, que conduce a la ira en la política. Esto es lógico ya que la confianza rota tiende a engendrar una desconfianza cada vez más airada.

Esto no quiere decir que la cólera no pueda tener un papel constructivo en la política. Sin embargo, debe ser orientada y con principios. No debe conducir a la rabia indiscriminada contra toda autoridad e institución, ni a la idea de que nadie puede confiar sino en sí mismo. La sociedad se vuelve imposible si la ira conduce a la conclusión de que cada hombre debe ser su propia autoridad y su propia ley.

Si queremos volver al orden, tendrá que ser por medio de aquellos que se levantan por encima de su propio interés y verdaderamente se afligen por la nación. Tales figuras representativas siempre han aparecido en tiempos de crisis para unir, y nunca destrozar, a la nación. Tendrán que volver a forjar los lazos sociales y reconstruir la sociedad y sus estructuras. Tendrán que reunir a la nación en torno a esas virtudes permanentes de valor, deber, cortesía, justicia y caridad que fomentan la moderación y construyen fuertes lazos sociales.

La confianza debe ser restaurada, y en su misma raíz, comenzando por una inmensa confianza en Dios.

El autor es Vice‒presidente de la Sociedad Americana de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad. Es autor del libro Return to Order ‒ Desde una Economía frenética a una Sociedad-cristiana orgánica.         

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