(RV).- “Al presentarles a ustedes – que sostienen en esta trágica hora los destinos de los pueblos beligerantes – nos sentimos animados por la querida y suave esperanza” (…) para ver que se llegue “cuanto antes al cese de esta lucha tremenda”, que, cada día más, se presenta como una “matanza inútil”.
Lo escribía – el 1º agosto de hace exactamente un siglo – el Papa Benedicto XV, cuyo nombre era Giacomo della Chiesa – quien reinó como Pontífice desde el 3 de septiembre de 1914 hasta el día de su muerte, acaecida el 22 de enero de 1922.
A los jefes de aquellas naciones el Papa los invitaba a “reflexionar ante su gravísima responsabilidad ante Dios y ante los hombres”. Y les recordaba que de sus resoluciones dependían “la serenidad y la alegría de innumerables familias, la vida de miles de jóvenes y la felicidad misma de los pueblos que ellos tenían el deber absoluto de procurar. De ahí que manifestaba su deseo de que el Señor les inspirara decisiones conformes a su santísima voluntad. A la vez que pedía que, mereciéndose la aprobación de aquel tiempo, se aseguraran para las generaciones futuras el nombre de pacificadores.
Mientras tanto, Benedicto XV se unía, mediante la oración y la penitencia, a todas las almas fieles que añoraban la paz e imploraba luz y consejo del Espíritu Divino.
Desde el punto de vista político y social no cabe duda que el período que se vivió en toda Europa entre los años 1914 y 1918 fue sumamente tan dramático y discutible. Incluso para un observador poco experto, no escapa el trastorno que produjo aquella “inútil matanza”, tal como el Papa de ese entonces definió a la Primera Guerra Mundial. Guerra, que – recordamos – inició con la declaración lanzada por el Imperio austrohúngaro contra el Reino de Serbia tras el asesinato de Francisco Fernando de Habsburgo, archiduque de Austria-Este, acaecido en Sarajevo entonces capital de la provincia austro-húngara de Bosnia y Herzegovina.
Esta vicisitud fue suficiente para que se enfrentara la geopolítica europea con la desaparición del Imperio zarista y otomano. En definitiva, fueron cuatro años de abismo, con diecisiete millones de muertos, entre soldados y civiles, sólo para dar una idea de lo que sucedió durante unos de los conflictos más sanguinarios de la historia humana.
Y precisamente el 1º de agosto de 1917, tras tres años de ignorados llamamientos y exhortaciones, el Papa Benedicto XV escribió el texto que estamos recordando, dirigido a los Jefes de los pueblos beligerantes, preguntándose ante todo:
“Entonces, ¿el mundo civil deberá reducirse a un campo de muerte? ¿Y Europa, tan gloriosa y floreciente, casi arrasada por una locura universal (…) sale al encuentro de un verdadero y propio suicidio?”. “En semejante y angustioso estado de cosas” – escribía aquel Pontífice – y ante una “amenaza tan grave, con la voz misma de la humanidad y de la razón, elevamos nuevamente el grito de paz, y renovamos un fuerte llamamiento a quien tiene en sus manos los destinos de las naciones”.
Por otra parte, el Papa Giacomo della Chiesa, no se limitaba a una apremiante exhortación para que se pusiera fin al conflicto; sino que con gran pragmatismo y valor, sugería a los Gobiernos puntos concretos sobre los cuales llegar a un acuerdo, como por ejemplo: “La diminución simultánea y recíproca de los armamentos”, “la institución de un arbitraje con función pacificadora o la comunidad de los mares y la devolución de los territorios ocupados”.
Además, impulsado por su supremo deber de Padre común de tantos fieles y por el anhelo de los hijos que invocaban su intervención, este Papa afirmaba que tenía en cuenta las aspiraciones de los pueblos, por lo que pedía que se coordinaran, allí donde fuera necesario, los propios intereses y los intereses comunes del “gran consorcio humano”.
De ahí que sugiriera la necesidad de organizar la cuestión del orden de Armenia, de los Estados Balcánicos y de los países que formaban parte del antiguo Reino de Polonia, si bien todo esto fue un esfuerzo en vano. Benedicto XV no fue escuchado. Y asistió a la ruina de una Europa que, dos decenios más tarde, volvería a afrontar otro abismo, otro suicidio, como lo fue también el de la Segunda Guerra Mundial.
Pero el camino de la humanidad, con sus cursos y recursos históricos, vuelve a proponer – también en este siglo XXI – los mismos egoísmos con las mismas voces de súplica.
Por su parte, el Papa Francisco recordó este aniversario en el reciente mensaje enviado a la Canciller alemana Angela Merkel, con ocasión del G20 que se celebró el pasado 7 de julio en la ciudad de Hamburgo.
“Ante la inminencia del centenario de la Carta de Benedicto XV a los Jefes de los a los pueblos beligerantes – escribía el Santo Padre Francisco – me siento obligado a pedir al mundo que ponga fin a todas estas inútiles matanzas”.
“La finalidad del G20 y de otros encuentros mundiales semejantes es la de resolver en paz las diferencias económicas y encontrar reglas financieras y comerciales comunes que permitan el desarrollo integral de todos, para alcanzar la Agenda 2030 y los Objetivos de desarrollo sostenible. Sin embargo, esto no será posible si todas las partes no se empeñan en reducir sustancialmente los niveles de conflictividad, detener la actual carrera armamentista y renunciar a comprometerse directa o indirectamente en los conflictos, así como también si no se acepta discutir de modo sincero y trasparente todas las divergencias. Es una trágica contradicción e incoherencia la unidad aparente en foros comunes con finalidad económica o social y la querida o aceptada persistencia de confrontaciones bélicas”.
(María Fernanda Bernasconi – RV).
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