Roberta Barbi – Ciudad del Vaticano
Humilde y escondida tanto en la vida como en la muerte: así era Maria Luigia Pascale del Santísimo Sacramento, una figura que aún hoy pocos conocen, a pesar de su grandeza y esplendor, y que de hecho ahora puede ser, finalmente, venerada en su Nápoles y por toda la Iglesia. Una mujer de su tiempo que siempre supo responder a los desafíos de su época de manera correcta: arremangándose, a pesar de que quizás, su temperamento la hubiera llevado a una vida más contemplativa, hecha de oración y adoración a Jesús en la Eucaristía.
Obediencia: un valor descubierto demasiado pronto
Maria Velotti, tal es el nombre de la nueva beata según consta en el registro civil. Su infancia estuvo marcada por la muerte prematura de ambos padres. La niña, entonces, de su pueblo natal, Soccavo, se va a vivir con una tía que, sin embargo, pronto cambia su actitud hacia ella: instigada por otros parientes que presentan a la niña como una amenaza por su herencia, la tía comienza a tratarla mal, infligiéndole castigos y realizando malas acciones como esconder, los domingos, los zapatos buenos para ir a la iglesia y obligarla así a ir descalza. Un tratamiento, sin embargo, que ha desarrollado en la futura religiosa un gran sentido de la obediencia y del respeto, además de una percepción especial ante el dolor de los demás.
Una "monja de casa" de estilo franciscano
Una vez acogida por un par de vecinos que no tenían hijos, una especie de familia adoptiva, Maria finalmente pudo dedicarse al Señor sin distracciones. Así se convirtió en una "monja de casa", una religiosidad muy difundida entonces en el sur de Italia, en el siglo XIX, de modo que las jóvenes que no entraban en ninguna orden religiosa, vivían retiradas en la casa rezando y ayunando.
Y durante esos años Maria se acercó al franciscanismo y vistió el hábito de Terciaria Franciscana en 1853. Apenas sabía leer y escribir, sin embargo, sus confesores y los sacerdotes la guiaban espiritualmente la notaron enseguida. De hecho, con ellos mantenía conversaciones de alta teología, expresando con sencillez conceptos que no podía conocer en absoluto. Todo el mundo se daba cuenta, en resumen, de que Maria era muy especial, pero ella casi se avergonzaba de toda la atención que recibía y reaccionaba refugiándose aún más en la casa.
Unión con la Cruz de Jesús
Llega para todos en la vida el momento del balance, incluso para los santos. En cierto punto a Maria ya no le basta más esa vida contemplativa que sin embargo le es grata, pero no puede ignorar el hecho de que el Señor la llama a hacer otra cosa. Empieza a abrirse a la gente, a visitar a los enfermos y a escuchar a los que necesitan su consejo, especialmente a las jóvenes. Y así se convierte en guía para los demás, esa guía que sería para sus Hermanas cuando en 1878 fundó las Hermanas Adoratrices de la Santa Cruz que se establecieron, definitivamente, en Casoria, donde Maria cerró los ojos para siempre en 1886, probada en su cuerpo pero no en el espíritu.
El misterio de los "dones" de la santidad
Las biografías de Maria revelan varios dones extraordinarios que el Señor le había concedido y que a menudo son difíciles de entender para el hombre de hoy: hablan de éxtasis, de acosos malignos, de curaciones milagrosas, de introspección de los corazones e incluso del don de los cuerpos lúcidos, es decir, de pasar a través de cristales y espejos. Se trata de fenómenos extraordinarios que a menudo atraen a curiosos con poco interés por la verdadera santidad.
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