Ángelus: Jesús espera ansiosamente nuestro “sí”

(zenit – 27 sept. 2020).- A las 12 del mediodía de hoy, 27 de septiembre de 2020, el Santo Padre Francisco se asoma a la ventana del estudio del Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.

A continuación, siguen las palabras del Papa, según la tradición no oficial ofrecida por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

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Palabras antes del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Con su predicación sobre el Reino de Dios, Jesús se opone a una religiosidad que no involucra la vida humana, que no interpela la conciencia y su responsabilidad frente al bien y al mal. Lo demuestra también con la parábola de los dos hijos, que es propuesta hoy en el Evangelio de Mateo (cfr 21, 28-32). A la invitación del padre de ir a trabajar a la viña, el primer hijo responde impulsivamente “no”, pero después se arrepiente y va; sin embargo el segundo hijo, que enseguida responde “sí”, en realidad no lo hace. La obediencia no consiste en el decir “sí” o “no”, sino en actuar, en cultivar la viña, en realizar el Reino de Dios. Con este sencillo ejemplo, Jesús quiere superar una religión entendida solo como práctica exterior y rutinaria, que no incide en la vida y en las actitudes de las personas.

Los exponentes de esta religiosidad “de fachada”, que Jesús desaprueba, son “los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo” (Mt 21,23), los cuales, según la admonición del Señor, en el Reino de Dios serán superados por los publicanos y las prostitutas (cfr v. 31). Esta afirmación no debe inducir a pensar que hacen bien los que no siguen los mandamientos de Dios y la moral, y dicen: “Al fin y al cabo, ¡los que van a la Iglesia son peor que nosotros!”. Jesús no señala a los publicanos y las prostitutas como modelos de vida, sino como “privilegiados de la Gracia”, que Dios ofrece a todo aquel que se abre y se convierte a Él. De hecho, estas personas, escuchando su predicación, se arrepintieron y cambiaron de vida.

En el Evangelio de hoy, quien queda mejor es el primer hermano, no porque ha dicho “no” a su padre, sino porque después el “no” se ha convertido en un “sí”. Dios es paciente con nosotros: no se cansa, no desiste después de nuestro “no”; nos deja libres también de alejarnos de Él y de equivocarnos. Pero espera ansiosamente nuestro “sí”, para acogernos nuevamente entre sus brazos paternos y colmarnos de su misericordia sin límites. La fe en Dios pide renovar cada día la elección del bien respecto al mal, la elección de la verdad respecto a la mentira, la elección del amor del prójimo respecto al egoísmo. Quien se convierte a esta elección, después de haber experimentado el pecado, encontrará los primeros lugares en el Reino de los cielos, donde hay más alegría por un solo pecador que se convierte que por noventa y nueve justos (cfr Lc 15, 7).

Pero la conversión es un proceso de purificación de las incrustaciones morales; por eso nunca es un proceso indoloro. El camino de la conversión pasa siempre a través de la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual. El proceso espiritual conlleva la ascesis y la mortificación, que poco a poco conducen a vivir en la paz y en la alegría de las bienaventuranzas. El Evangelio de hoy cuestiona la forma de vivir la vida cristiana, que no está hecha de sueños y de bonitas aspiraciones, sino de compromisos concretos, para abrirnos cada vez más a la voluntad de Dios y al amor hacia los hermanos.

Que María Santísima nos ayude a ser dóciles en la acción del Espíritu Santo. Él es quien derrite la dureza de los corazones y los dispone al arrepentimiento, para obtener la vida y la salvación prometidas por Jesús.

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