En el Evangelio Jesús inicia y finaliza la parábola con una pregunta. Si retrocedemos unos versículos, notaremos que esta escena se desarrolla dentro del templo, y que sus interlocutores son los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo (Mt 21,23).
La parábola es simple y corresponde a una escena de la vida familiar. Un padre les pide a sus dos hijos, en momentos distintos, que vayan a trabajar a la viña. El primero responde con una negativa, pero, se arrepintió y fue. El segundo responde que “sí”, pero, al final, no fue a trabajar a la viña. Con la pregunta inicial “¿qué les parece?”, Jesús compromete a sus oyentes y, con la segunda pregunta “¿cuál de los dos hizo la voluntad del padre”, finaliza la parábola. Los oyentes responden rápidamente e identifican al primero de los hijos como el que actuó conforme a la voluntad del Padre.
En realidad, el juicio realizado no era sobre los dos hijos de la parábola, sino sobre ellos mismos. Son los que al inicio habían dicho “no” al Padre, los que terminan haciendo su voluntad; refiriéndose a los pecadores. Todo lo contrario, los sumos sacerdotes y los ancianos, quienes inicialmente habían dicho “sí” al Padre, pero nunca cumplieron su palabra. Jesús cambia los criterios con esta parábola: los pecadores son los que intentan de forma vital recorrer el camino que les conduce hacia la justicia y la misericordia de Dios, no así los que se consideran obedientes de la Ley de Dios, porque dan paso a la mediocridad, al conformismo y a la desobediencia.
Esta mirada contemplativa de Jesús no se dirige a los que se presentan impecables e intachables, sino a todos los que nos reconocemos pecadores y necesitados de la presencia de Dios en nuestras vidas.
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