(zenit – 31 agosto 2020).-Hoy, en “Teología para Millennials”, el sacerdote mexicano Mario Arroyo Martínez reflexiona sobre la polémica generada recientemente sobre el film de Netflix Cuties.
Se trata de una película que aún no ha podido verse, pero habla sobre la erotización de cuatro niñas de 11 años. Para el padre Mario, doctor en Filosofía, “la reacción ante Cuties es también un tema profundo, pues nos enfrenta crudamente al vínculo complicado, verdadero nudo, que existe entre arte, ética y sociedad”.
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Da miedo reflexionar sobre Cuties el reciente film de Netflix, que saldrá a luz el 9 de septiembre. Se trata de un “terreno pantanoso”, “pegajoso”, “peligroso”. En primer lugar, porque es hablar de lo que todavía no hemos visto. No hemos visto la película, pero la publicidad y el tráiler son suficientemente elocuentes. El fenómeno invita a reflexionar en multitud de sentidos. Trataré de enumerar algunos.
¿Por qué es un terreno pantanoso? El simple hecho de titular a este artículo con el nombre de la película, el hablar sobre ella, es ya hacerle publicidad indirecta gratis. ¿Cuál sería la estrategia adecuada? ¿Dejarla pasar y mirar hacia otro lado, ignorándola conscientemente, para que rápido pase la tormenta y termine en el reino de la irrelevancia?
O, por el contrario, la actitud correcta es propiciar el merecido escándalo que supone la erotización de cuatro niñas de once años. Pero el escándalo, sea justo o injusto, suele generar pingües ganancias. ¿Hacer un gran escándalo no equivale a “morder la carnada” y darle una vigencia, publicidad y notoriedad que no merece? Ante casos como este, siempre recuerdo El crimen del padre Amaro, y cómo la llamada de los obispos mexicanos a “no verla”, la convirtió en la película mexicana más vista hasta ese momento.
Es “peligroso” porque supone utilizar un arma de la cual ya muchas veces hemos padecido los efectos, que suelen ser muy nocivos por arbitrarios e irracionales. Me refiero a “la cultura de la cancelación”. Esa nueva y silenciosa inquisición que determina arbitrariamente qué se puede decir y qué no en nuestra sociedad, limitando, muchas veces drásticamente, la libertad de expresión, de pensamiento y religiosa. La furia iconoclasta de la cancelación no admite razones, suprime todo diálogo y destruye, violentamente muchas veces, aquello con lo que disiente. ¿Pedir su eliminación antes de verla, no permitir al productor ofrecer sus razones, no es aplicarle lo que nos han hecho muchas veces y no nos ha gustado nada?
La reacción ante Cuties es también un tema profundo, pues nos enfrenta crudamente al vínculo complicado, verdadero nudo, que existe entre arte, ética y sociedad. ¿Todo arte, por ser arte, es legítimo? ¿Toda limitación al arte es una violación a la libertad de expresión? ¿Es válido el arte, aunque fomente la pedofilia –en este caso- o el racismo, el antisemitismo o a la violencia, en otros casos? ¿La sociedad debe aceptar absolutamente todo lo que tenga la etiqueta “arte”? ¿No es posible defenderse del “arte nocivo”? Y, a su vez, ¿cómo se entiende el arte? ¿Es un espejo de la sociedad?, ¿es una crítica a la sociedad?, ¿es educador de la sociedad?, ¿o las tres cosas?, ¿o ninguna de ellas?
Los productores de la cinta dicen que no se trata de una apología de la pedofilia, sino de una crítica a la precoz erotización de las niñas en la sociedad actual. Es decir, busca ser un espejo de la sociedad y mostrar crudamente el conflicto entre “los valores” sociales y los familiares. ¿Hay temas tabúes que está prohibido tratar? ¿La pedofilia es un tabú, pero la sociedad la consume continuamente en lo oscuro? ¿Prohibir la película no es caer en ese juego hipócrita? Hago como que no existe, cuando en realidad, está ahí. ¿Me escandalizo de las cuatro niñas que enseñan el ombligo y se mueven seductoramente, pero no me he molestado en mirar la inmensa cantidad de videos de Tik Tok, donde niñas de la misma edad hacen lo mismo y de la misma manera? Quizá se trata de que hacer una película y aceptarla pacíficamente, es darle carta de legitimidad a una conducta que nuestra conciencia nos dice claramente que está mal, aunque no sabemos cómo evitarla.
Algunos malpensados -entre los que me incluyo- pensamos que se trata de un cierto experimento social: suelto la película con un tema profundamente escabroso y mido las reacciones. Observo cómo reacciona la sociedad. Si lo hace vehementemente, si la oposición es contundente, recojo velas y espero. Si la reacción es tibia, ya di un paso, tímido pero firme, en la dirección que quiero: normalizar la pedofilia. Hacer que sea parte del paisaje cultural. Por eso me he animado a escribir este artículo, consciente de hacerle publicidad indirecta, porque pienso que es mejor que la reacción social sea clara y contundente. La sociedad finalmente tiene derecho de defenderse del agresor, no importa que este utilice el arma del arte.
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