(ZENIT – 13 nov. 2018).- Ayer dio comienzo la Asamblea General del Episcopado de Estados Unidos de otoño. Se trata de una reunión muy especial, dado el momento que vive la Iglesia de Estados Unidos.
En junio se hicieron públicas acusaciones de abuso sexual que pesan contra el excardenal Theodore McCarrick. Dichos abusos se habrían producido en su tiempo como sacerdote en la Arquidiócesis de Nueva York. Posteriormente se sumaron otras acusaciones de cuando McCarrick era obispo de la diócesis de Metuchen y arzobispo de Newark, ambas en el estado de Nueva Jersey.
El 28 de junio el Papa Francisco aceptó la renuncia de McCarrick al Colegio Cardenalicio, y le impuso una suspensión ad divinis, requiriéndole que observe una vida de oración y penitencia en reclusión hasta que culmine el proceso canónico.
Por otra parte, en agosto se publicó un reporte sobre abusos sexuales llevados a cabo por más de 300 sacerdotes en seis diócesis de Pensilvania. Se trata de una de las investigaciones más grandes sobre abuso sexual en la Iglesia, en la historia de EEUU, la cual fue conducida por un gran jurado, que identificó a mil niños víctimas, indicando que posiblemente haya miles más. Las acusaciones se extienden a los obispos que no denunciaron penalmente los delitos de abuso perpetrados por sacerdotes que se encontraban bajo su jurisdicción.
En este marco, se desarrolla esta semana la Asamblea General de Obispos. Dada la importancia de la situación mencionada, los obispos decidieron dedicar el primer día de la asamblea a la oración. La sesión fue iniciada por el Cardenal Daniel DiNardo, presidente de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, USCCB, por sus siglas en inglés.
En su discurso, DiNardo hizo mención a una decisión proveniente de la Santa Sede, que indicaba que el plenario de obispos no debía votar en esta ocasión sobre la responsabilidad que deben asumir los obispos por los casos de abusos, La idea es formar consenso internacional y tomar decisiones que vinculen a los obispos internacionalmente.
A continuación transcribimos el texto completo de la alocución del Cardenal DiNardo.
Alocución del Cardenal DiNardo
“San Agustín escribió: ‘Para que se hiciera fuerte la debilidad, se hizo débil la fortaleza.’ Mis queridos amigos, a la luz de las noticias de esta mañana, cambia la naturaleza de mis palabras. Seguiremos comprometidos con el programa específico al respecto de asumir como obispos una mayor responsabilidad, lo cual discutiremos estos días. Realizaremos consultas y no votaremos esta semana, pero nos prepararemos para seguir avanzando.
Permítanme ahora dirigirme a los sobrevivientes de abuso en forma directa.
Cuando no estuve alerta o atento a tus necesidades, donde sea que haya fallado, pido perdón de corazón. El mandamiento de Nuestro Señor y Salvador fue claro: ‘Lo que os digo, le digo a todos: ¡Estad alertas!” En nuestra debilidad, nos hemos dormido. Ahora debemos rogarle a Dios humildemente que nos dé fortaleza en la vigilia que se avecina.
San Agustín también nos advirtió que hay dos extremos en los que podemos caer: desesperación o presunción.
Nosotros y los fieles podemos caer en desesperación, creyendo que no hay esperanza para la Iglesia, o que un cambio para bien no es posible. También podemos creer que no hay esperanza de sanación de esos pecados. Pero debemos recordar siempre que existe la fe que confía, y que nos guía en nuestro caminar actual. Esta fe que confía nos provee de raíces que nos permiten tener una memoria viva. Nuestra gente necesita de esta memoria viva de esperanza.
También debemos recorder el otro extremo: la presunción. Podemos quedarnos inactivos presumiendo que esto va a pasar, que todo volverá a su cauce normal por sí mismo. Algunos pueden afirmar que se trata de una crisis del pasado. Pero no es el caso. Nunca más debemos victimizar a los sobrevivientes, pidiéndoles que sanen adaptándose a nuestros tiempos. Es correcto que la amplia mayoría de los abusos ocurrieron hace décadas. Pero el dolor es diario.
La cantidad de denuncias de abusos hoy son una fracción menor de los abusos ocurridos. Pero Jesús nos hace una pregunta: ‘¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las otras noventa y nueve en el campo y va en busca de la oveja perdida, hasta encontrarla?’ Tenemos que buscar a cada niño de Dios que haya perdido su inocencia en manos de un depredador, cuando quiera que haya sido, sea hace décadas o sea hoy mismo.
Sanación puede haber si hay perdón. ‘Cuántos hay que saben que pecaron contra su hermano o hermana, y no quieren decir: ‘perdóname’. No estemos solo dispuestos, sino estemos ansiosos por pedir perdón. A los sobrevivientes que les fallé, por favor perdónenme. A los que perdieron la fe en la Iglesia, por favor discúlpennos por nuestras fallas.
Combatir el mal de la agresión sexual en la Iglesia requerirá de todas nuestros recursos espirituales y físicos. Debemos caminar con Jesús con dolor, humildad y contrición, para escuchar mejor su voz y discernir cuál es su voluntad. Solo escuchando podremos efectivizar los cambios que son necesarios, esos cambios que el pueblo de Dios nos exige con razón.
No podemos dejar de mencionar el trabajo que realizan tantos en todo el país protegiendo a niños y otras personas de abusos. Decenas de miles, incluyendo sacerdotes, religiosos y laicos, en ministerios católicos, participan de programas de entrenamiento y verificación de antecedentes para lograr ambientes seguros. Cientos de padres y madres, trabajadores sociales, fuerzas de seguridad y otros profesionales son miembros de consejos de revisión que aseguran análisis imparciales de toda acusación. Coordinadores de asistentes a las víctimas se encuentran disponibles en todas las diócesis para atender a sobrevivientes de abusos. Y desde 2002, nuestros sacerdotes y otros servidores de la Iglesia trabajan bajo una política de tolerancia cero, en los casos en que se da curso a una denuncia o en los que la misma se prueba.
Hermanos obispos, es inaceptable que nos eximamos de estos altos estándares de responsabilidad. De hecho, como sucesores de los apóstoles, debemos tener el estándard más alto posible. Cualquier nivel inferior sería un insulto a aquellos que trabajan para proteger y sanar del flagelo del abuso.
Como lo han mostrado claramente los eventos de este año, debemos expandir nuestro entendimiento sobre protección y vigilancia. Debemos tener en cuenta más intensamente inconductas sexuales en nuestras diócesis y en nuestras políticas. El sentido de justicia arraigado en el instinto genuino de fe de nuestro pueblo nos juzgará.
La Iglesia fundada por Jesucristo es de esperanza y vida. Mis queridos hermanos obispos, debemos tomar toda precaución para evitar que nuestro ejemplo aleje del Señor a una sola persona. Que nos recuerden como protectores de los abusados o de los abusadores estará determinado por nuestras acciones, comenzando esta semana. Estemos cerca de Cristo hoy, renunciemos a nuestras ambiciones personales, ofreciéndoselas a El, y actuemos con humildad, hacienda lo que El nos exige, en amor y justicia.
La Iglesia ha sido siempre y seguirá siendo el Cuerpo de Cristo, su Iglesia. El nos pide dedicarnos lo mejor que podamos. Y si fallamos, sometámonos al Santo Padre, y entre nosotros, en un espíritu de corrección fraterna.
Cité a san Agustín al comenzar estas palabras. El también escribió: ‘Donde uno haya caído, allí debe recibir apoyo para poder levantarse.’ Hermanos, hemos caído en un lugar de gran debilidad. Necesitamos orar y actuar ahora, en este lugar, para comenzar a levantarnos hacia una nueva integridad.
Siempre debemos recordar que Cristo se hizo débil. para que nosotros, que somos débiles, podamos ser fuertes. ‘Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia.’ Que podamos ser fuertes por la gracia y misericordia de Jesucristo, no para nuestro consuelo propio, sino para servir mejor a nuestras hermanas y nuestros hermanos.
Seamos entonces un ejemplo de cómo un pecador se humilla a sí mismo delante del Señor, para poder recibir la misericordia de Dios. De esta forma podremos comenzar a limpiar y sanar las laceraciones en el Cuerpo de Cristo. Dios los bendiga”.
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