(zenit – 29 nov. 2020)-. Don Alejandro Vázquez-Dodero, capellán del colegio Tajamar, nos ofrece esta reflexión en torno al significado Adviento, que comienza hoy. En este artículo se habla del significado de este tiempo litúrgico y se señala que en este primer domingo Adviento, existe una invitación a “estar vigilantes”.
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La Iglesia Católica inicia el año litúrgico con el Adviento, que consiste en un tiempo de preparación espiritual para la venida de Jesucristo en Navidad.
La casi totalidad de las iglesias cristianas celebran también este tiempo litúrgico: entre ellas la iglesia ortodoxa, anglicana, protestante –luterana, presbiterana, metodista, morava, etc. –, o la copta. Cada una tiene sus particularidades litúrgicas y celebrativas.
Se trata de un tiempo de espera, caracterizado por el arrepentimiento, el perdón y la alegría.
Dura cuatro semanas, y se celebra relevantemente los respectivos domingos. Del 16 al 24 de diciembre puede vivirse la Novena de Navidad, cuyo propósito es preparar más específicamente las fiestas navideñas.
Propiamente empieza con las vísperas del domingo más próximo al 30 de noviembre, y termina con las vísperas de la Navidad. Este año empieza el domingo 29 de noviembre, y dura hasta el 20 de diciembre.
Como iremos viendo, pueden distinguirse dos momentos: uno primero escatológico y que prepara para contemplar la venida gloriosa de Cristo al final de los tiempos, pero precedida por su venida hace veintiún siglos y cada día; otro tiempo enfocado más a la preparación de la Navidad, celebrando ya con gozo el próximo nacimiento de Dios y su presencia salvadora entre los hombres.
La liturgia se muestra sobria, y en consecuencia evita el rezo del Gloria en la Santa Misa, los ornamentos son de color morado, y las iglesias evitan decorados vistosos. De este modo se significa que aquí en la tierra nos falta ese Jesús que está a punto de llegar, pura luz y celebración, para lo que conviene prepararse a través de una actitud sobria y templada.
La corona de Adviento
El origen de esta costumbre se encuentra entre los pueblos del norte, en la era precristiana –siglos IV y V– y en pleno diciembre, cuando para combatir el frío y la oscuridad se colectaban coronas de ramas verdes para encender hogueras que recordasen la esperanza en la primavera que estaba por llegar.
Más tarde –siglo XVI– católicos y protestantes alemanes empezarían a usar ese símbolo durante el Adviento, como luz que luce progresivamente hacia la luz plena de Jesús nacido, Dios entre los hombres.
Cada domingo se enciende una vela junto a la corona –o dentro de ella– en memoria de las etapas de la historia de la salvación antes de la arribada de Cristo. La noche oscura que supone la espera de esa luz se va iluminando poco a poco hasta la plena iluminación de la presencia de Dios entre los hombres: ¡la Navidad!
La corona se tiene en cada hogar y en las iglesias, con cuatro velas, una por domingo. Cada una de ellas puede asignarse a una virtud que convendrá mejorar la semana correspondiente: la primera al amor, la segunda a la paz, la tercera a la tolerancia, y la cuarta a la fe. La corona puede ser bendecida por el sacerdote.
Su forma circular significa eternidad, pues no tiene principio ni fin. El verde de las ramas la esperanza. La luz de las velas la salvación que Jesús traerá a la Humanidad. Las velas que se encienden el primer, segundo y cuarto domingo son moradas, para recordar ese tiempo de preparación y, por tanto, esa sobriedad o templanza a la que nos referíamos. La del tercer domingo es rosa, y así se sugiere la alegría de ese tiempo, pues es una espera dichosa, aunque penitente. De hecho, al tercer domingo se le denomina el “de la alegría“.
La primera semana de Adviento, que comienza con el primer domingo, está centrada en la venida del Señor al final de los tiempos. Así, se nos invita a observar una actitud de espera, para lo que convendrá observar una especial conversión del corazón.
Las lecturas del primer domingo anuncian la reconciliación con Dios y la llegada del Redentor. El salmo canta esa salvación de Dios que viene a través de su Hijo. En la segunda lectura san Pablo exhorta a esperar en esa venida de Jesucristo.
En definitiva, la liturgia de la palabra nos anima a velar y estar preparados, pues no sabemos el día ni la hora en que Dios nos llamará a su presencia. Y, para ello, el mejor modo es luchar por vivir la virtud de la caridad y del amor de modo incondicional.
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