(zenit – 21 dic. 2020)-. Con ocasión del intercambio de saludos por la Navidad, el Papa Francisco ha recibido en audiencia a los miembros del Colegio Cardenalicio y de la Curia Romana hoy, 21 de diciembre de 2020.
En su discurso, dividido en 10 puntos, el Santo Padre remite a la observación de la filósofa hebrea, Hanna Arendt, que considera la Navidad como el misterio del nacimiento de Jesús de Nazaret que nos recuerda que “los hombres, aunque han de morir, no han nacido para eso sino para comenzar”.
Arendt además considera esta verdad luminosa: “El milagro que salva al mundo, a la esfera de los asuntos humanos, de su ruina normal y ‘natural’ es en último término el hecho de la natalidad”.
La Navidad de la pandemia
El Papa se refirió a que esta es la Navidad de la pandemia, de la crisis sanitaria, socioeconómica e incluso eclesial que ha lacerado cruelmente al mundo entero. “Este flagelo ha sido una prueba importante y, al mismo tiempo, una gran oportunidad para convertirnos y recuperar la autenticidad”.
Asimismo, remitiendo al momento extraordinario de oración por el fin de la pandemia del 27 de marzo, describió el significado de la tempestad que golpea al mundo: “La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad…”.
El sustento de una comunidad
El Pontífice resalta cómo la Providencia ha permitido que en este tiempo tumultuoso escribiese Fratelli tutti, su tercera encíclica dedicada al tema de la fraternidad y de la amistad social: “Y una gran lección nos llega de los Evangelios de la infancia, donde se narra el nacimiento de Jesús, es la de una nueva complicidad y unión que se crea entre los protagonistas: María, José, los pastores, los magos y todos aquellos que, de un modo u otro, ofrecieron su fraternidad, su amistad para que el Verbo que se hizo carne fuera acogido en las tinieblas de la historia (cf. Jn 1,14)”, apuntó.
Asimismo, recuerda sus palabras al principio de la encíclica: “Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad. Entre todos: ‘He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente’ […]. Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante”.
Reflexión sobre la crisis
Para el Obispo de Roma, esta crisis generada por el coronavirus constituye una oportunidad para hacer una breve reflexión sobre el significado de la crisis: “La crisis es un fenómeno que afecta a todo y a todos. Está presente en todas partes y en todos los períodos de la historia, abarca las ideologías, la política, la economía, la tecnología, la ecología, la religión. Es una etapa obligatoria en la historia personal y social”.
Esta, continúa, “se manifiesta como un acontecimiento extraordinario, que siempre causa una sensación de inquietud, ansiedad, desequilibrio e incertidumbre en las decisiones que se deben tomar. Como recuerda la raíz etimológica del verbo krino: la crisis es esa criba que limpia el grano de trigo después de la cosecha”.
El Sucesor de Pedro explica que la Biblia está llena de personas que han sido “tamizadas”, de “personajes en crisis” que, sin embargo, a través de las mismas cumplen la historia de la salvación: Abrahán, Moisés, Elías, Juan el Bautista y Pablo de Tarso.
No obstante, la crisis “más elocuente fue la de Jesús”. Los Evangelios sinópticos enfatizan que Él inauguró su vida pública “a través de la experiencia de la crisis vivida en las tentaciones”. Después, Jesús se enfrentó a una crisis indescriptible en Getsemaní y, finalmente, llegó la crisis extrema en la Cruz: “la solidaridad con los pecadores hasta el punto de sentirse abandonado por el Padre”.
Crisis de la Iglesia
Esta reflexión sobre la crisis, remarca el Obispo de Roma, “nos pone en guardia ante el peligro de juzgar precipitadamente a la Iglesia por las crisis que causaron los escándalos de ayer y de hoy, como lo hizo el profeta Elías que, al desahogarse con el Señor, le presentó una narración desesperanzadora de la realidad”.
“Con qué frecuencia incluso nuestros análisis eclesiales parecen historias sin esperanza. Una lectura desesperada de la realidad no se puede llamar realista. La esperanza da a nuestros análisis lo que nuestra mirada miope es tan a menudo incapaz de percibir”, agregó.
No obstante, prosigue, “Dios sigue haciendo germinar las semillas de su Reino entre nosotros. Aquí en la Curia hay muchos que dan testimonio con su trabajo humilde, discreto, silencioso, leal, profesional y honesto”. Nuestra época “también tiene sus problemas, pero también tiene el testimonio vivo del hecho de que el Señor no ha abandonado a su pueblo, con la única diferencia de que los problemas aparecen inmediatamente en los periódicos, en cambio los signos de esperanza son noticia sólo después de mucho tiempo, y no siempre.”
“Quienes no miran la crisis a la luz del Evangelio, se limitan a hacer la autopsia de un cadáver. La crisis nos asusta no sólo porque nos hemos olvidado de evaluarla como nos invita el Evangelio, sino porque nos hemos olvidado de que el Evangelio es el primero que nos pone en crisis”, matizó.
No confundir crisis con conflicto
Por otro lado, el Papa Francisco exhorta “a no confundir la crisis con el conflicto”. La crisis “generalmente tiene un resultado positivo”, mientras que el conflicto “siempre crea un contraste, una rivalidad, un antagonismo aparentemente sin solución”.
La lógica del conflicto “siempre busca ‘culpables’ a quienes estigmatizar y despreciar y “justos” a quienes justificar, para introducir la conciencia —muchas veces mágica— de que esta o aquella situación no nos pertenece”.
Esta pérdida “del sentido de pertenencia común” favorece “el crecimiento o la afirmación de ciertas actitudes de carácter elitista y de ‘grupos cerrados’ que promueven lógicas limitadoras y parciales, que empobrecen la universalidad de nuestra misión”, apuntó.
Así, la Iglesia, “entendida con las categorías de conflicto —derecha e izquierda, progresista y tradicionalista—, fragmenta, polariza, pervierte y traiciona su verdadera naturaleza”. La Iglesia es “un Cuerpo perpetuamente en crisis, precisamente porque está vivo, pero nunca debe convertirse en un Cuerpo en conflicto, con ganadores y perdedores”.
En contraposición, el Santo Padre indica que “la novedad introducida por la crisis que desea el Espíritu no es nunca una novedad en oposición a lo antiguo, sino una novedad que brota de lo antiguo y que siempre la hace fecunda”.
“De cada crisis emerge siempre una adecuada necesidad de renovación” pero, sostiene el Papa, si realmente queremos una renovación, “debemos tener la valentía de estar dispuestos a todo; debemos dejar de pensar en la reforma de la Iglesia como un remiendo en un vestido viejo, o la simple redacción de una nueva Constitución apostólica”.
No se trata de “remendar un vestido”, porque la Iglesia no es simplemente el “vestido” de Cristo, sino su cuerpo que abarca toda la historia. Nosotros no estamos llamados a cambiar o reformar el Cuerpo de Cristo —‘Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre’ (Hb 13,8)—, sino que estamos llamados a vestir ese mismo Cuerpo con un vestido nuevo, para que se manifieste claramente que la Gracia que se posee no viene de nosotros sino de Dios”.
“Si nos dejamos guiar por el Espíritu Santo, cada día nos acercaremos más a ‘toda la verdad’ (Jn 16,13). Por el contrario, sin la gracia del Espíritu Santo, podemos incluso comenzar a pensar en la Iglesia de modo sinodal, pero, en lugar de hacer referencia a la comunión, se la concibe como una asamblea democrática cualquiera, formada por mayorías y minorías. Sólo la presencia del Espíritu Santo hace la diferencia”, clarificó Francisco.
¿Qué hacer durante la crisis?
En primer lugar, el Pontífice sostiene que es preciso aceptar la crisis “como un tiempo de gracia que se nos ha dado para descubrir la voluntad de Dios para cada uno de nosotros y para toda la Iglesia”. Es necesario “entrar en la lógica aparentemente contradictoria de que «cuando soy débil, ¡entonces soy fuerte!’ (2 Co 12,10)”.
También, se debe recordar “la garantía que dio san Pablo a los de corinto: ‘Dios es fiel, y él no permitirá que sean probados por encima de sus fuerzas, sino que junto con la prueba hará que encuentren el modo de sobrellevarla’ (1 Co 10,13)”.
Y es fundamental “no interrumpir el diálogo con Dios, aunque sea agotador. No debemos cansarnos de rezar siempre (cf. Lc 21,36; 1 Ts 5,17)”, pues “no conocemos otra solución a los problemas que estamos experimentando que rezar más y, al mismo tiempo, hacer todo lo que podemos con mayor confianza”.
“La oración nos permitirá esperar contra toda esperanza”, subraya el Santo Padre.
Vivir en camino
Para el Pontfice, “la crisis es movimiento, es parte del camino”. El conflicto, no obstante, “es un camino falso, es un vagar sin objetivo ni finalidad, es quedarse en el laberinto, es sólo una pérdida de energía y una oportunidad para el mal”.
Y el primer mal al que nos lleva el conflicto, y del que debemos tratar de alejarnos, es propiamente la murmuración, el chismorreo, que nos encierra en la más triste, desagradable y sofocante autorreferencia, y convierte cada crisis en un conflicto. El Evangelio nos dice que los pastores creyeron en el anuncio del ángel y se pusieron en camino hacia Jesús (cf. Lc 2,15-16). Herodes, por el contrario, se cerró ante el relato de los magos y transformó su cerrazón en mentiras y violencia (cf. Mt 2,1-16).
Alejarse del chismorreo
Y el primer mal al que lleva el conflicto, “y del que debemos tratar de alejarnos, es propiamente la murmuración, el chismorreo, que nos encierra en la más triste, desagradable y sofocante autorreferencia, y convierte cada crisis en un conflicto”.
Finalmente, el Papa pidió a la Curia “su colaboración generosa y apasionada en el anuncio de la Buena Nueva, especialmente a los pobres. Recordemos que conoce verdaderamente a Dios quien solamente acoge al pobre que viene de abajo con su miseria”.
“Que no haya nadie que voluntariamente obstaculice la obra que el Señor está realizando en este momento, y pidamos el don de la humildad en el servicio para que Él crezca y nosotros disminuyamos”, concluyó Francisco.
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