Eclesiástico 3, 3-7. 14-17: “El que teme al Señor, honra a sus padres”
Salmo 127: “Dichoso el que teme al Señor”
Colosenses 3, 12-21: “La vida en familia de acuerdo con el Señor”
San Mateo 2, 13-15. 19-23: “Toma al niño y a su madre y huye a Egipto”
Nadie quiso esa tierra y la vendieron en unos miserables pesos. Los ejidatarios decían que no servía porque era arenosa, estéril, llena de piedras y espinos. Sólo Gregorio y sus hermanos se animaron a trabajarla. Se reían de ellos cuando empezaron a limpiarla, pero a base de paciencia, constancia y una decisión a toda prueba la fueron transformando. Quitaron algunas piedras, otras las acomodaron y les sirvieron de base para ir formando terrazas, limpiaron de basura y de espinas y se ingeniaron un sistema, rudimentario pero efectivo, para llevar agua y, por goteo, transformar aquel erial en un vergel. Ahora es el terreno más bello y productivo de toda la zona. “La tierra es igual que la familia, con dedicación, amor, constancia y mucha fe se transforma. Pero si se descuida se convierte en un desierto agreste y agresivo”, afirma Gregorio, animando a sus hermanos. Y repite con insistencia: “Con amor, mucha cercanía, y mucha fe se obtienen buenos frutos”.
Como la naturaleza ha sufrido con el cambio climático, de igual forma los vientos adversos y los tiempos difíciles se han ensañado con la familia, esa institución clave para la conformación de la sociedad y de la Iglesia. En medio de tantas adversidades no pueden crecer familias sanas e individuos integralmente formados. Nos asustamos por la gravedad de los acontecimientos que estamos sufriendo y nos cuestionamos seriamente hacia dónde nos llevarán estos nuevos tiempos. ¿Cómo puede florecer una persona con madurez sicológica, afectiva y social, si vive en un ambiente tan hostil? Por todos lados se sienten los ataques a la familia, desde el interior y desde el exterior. Desde fuera enemigos, como huracanes, amenazan destruirla y no la dejan desarrollar, pero en su interior también está fuertemente amenazada. Nos podremos quejar del ambiente adverso, de una actitud permisiva que sólo procura el placer, de la migración que provoca separaciones y nuevas ideologías, de los tiempos de trabajo y de estudios que no dan oportunidad para las relaciones, pero lo más preocupante es lo que va aconteciendo al interior de la familia: una resequedad interior, una falta de espiritualidad y un ambiente individualista que rompe la armonía y el sentido de hermandad.
Apenas celebrada la Navidad, hoy nos encontramos a esta pequeña familia de Jesús, María y José en circunstancias difíciles y hostiles. Se perciben las amenazas de un gobernante, Herodes, que obsesionado por su poder, busca destruir al pequeño e indefenso porque se siente amenazado. Se ven obligados a dejar su patria e irse a la aventura hacia un país desconocido, con otra religión, con otra lengua, otras costumbres y otras personas. Sin embargo aparece la fortaleza y la unión de esta familia. Y no quiere decir que no hubiera problemas, como si la pobreza, la lejanía o la adversidad no fueran suficientes problemas. Pero hay familias a las cuales los problemas las unen, las obligan a tenerse más en cuenta, las sostienen en ambiente de oración, de fe y de comunidad; en cambio a otras familias los problemas las destruyen y las reducen a la nada. San Pablo en su carta los Colosenses da una serie de consejos que ayudarían a buscar esa espiritualidad de la familia: “Sean compasivos, magnánimos, humildes, afables y pacientes. Sopórtense, perdónense mutuamente… pero sobre todo, tengan amor que es el vínculo de la perfecta unión”. Su consejo lo basa en el amor que Dios nos ha tenido, en el perdón que nos ha otorgado y en sabernos consagrados a Él. “Que en sus corazones reine la paz de Cristo, esa paz a la que han sido llamados, como miembros de un solo cuerpo. Sean agradecidos”. Consejos prácticos que nos pueden ayudar a buscar esa armonía que muchas veces falta en nuestro hogar.
Graves retos tendremos que afrontar y buscar nuevos caminos. No basta rasgarse las vestiduras, debemos ser conscientes de las nuevas opciones y de las nuevas formas de vivir, para darles sentido y espiritualidad. Como Iglesia y como sociedad no podemos permanecer con los ojos vendados ante la realidad de madres solteras que tienen que afrontar no sólo la manutención, sino la educación integral de los hijos. Se multiplican las uniones libres, ya sea por falta de compromiso, por falta de sentido de Dios, o simplemente porque la vida moderna nos está arrojando a la situaciones pasajeras y desechables. Los adolescentes muy inmaduros se enfrentan solos a terribles decisiones, donde se encuentran perdidos y con frecuencia fracasan. Los famosísimos “ninis”, que ni estudian, ni trabajan, ni encuentran un lugar en la sociedad ni en la familia. Se sienten marginados y acaban siendo una carga para todos. Las bandas delictivas y de narcotráfico encuentran abastecimiento fácil en los jóvenes que se sienten deslumbrados por los modelos que les presenta el consumismo, con fáciles adquisiciones y mucho placer, pero que después quedan vacíos y sin esperanza al no lograr su felicidad. ¿Cómo sostenerlos para que no caigan en el mundo de las drogas, del alcohol y no sucumban a las seducciones del dinero fácil, del poder y a la sensación de clan y compañía que parecen ofrecer los grupos delictivos? Los divorciados y sus hijos son un campo donde se debería sentir un amor especial de Dios que es comunidad y amor y sin embargo no lo encuentran. Las situaciones que llevan al aborto son un reto que no hemos sabido afrontar. Los emigrantes que llegan a los nuevos sitios, tienen que acoplarse a una nueva convivencia familiar, por llamarla de algún modo. Hoy al contemplar la Sagrada Familia no podemos olvidar a estas familias que en su interior también desearían paz y armonía y que nosotros como discípulos de Jesús no podemos olvidar pues Él vino a integrase a esta familia humana.
Jesús nos exige descubrir su presencia en medio de todas estas nuevas realidades y hacer sentir que su amor da sentido a las más terribles situaciones. Para Él ningún aspecto del ser humano le resulta desconocido y así nos ama y así busca nuestra restauración y darnos la verdadera dignidad. Junto a la Sagrada Familia hoy busquemos una nueva y revitalizada espiritualidad que sostenga y dé esperanza a las familias y a los grupos que en muchos lugares hacen las veces de familia. Reto grande para los discípulos será hacer de cada una de nuestras comunidades un espacio de acogida, de comprensión, calidez y fraternidad que tengan en cuenta en primer lugar que cada hombre y mujer que viene a nuestro encuentro es una persona, con sus derechos, con sus necesidades y con su sed de amar y ser amada. Cada una de ellas es un Hijo de Dios que tiene el derecho de saberse amado y de ser recibido en comunidad. No podemos olvidar que “con amor, mucha cercanía, y mucha fe se obtienen buenos frutos”.
Padre bueno que nos invitas a contemplar a nuestras familias a través de la imagen de la Sagrada Familia de tu Hijo, concédenos descubrir nuevos caminos que hagan florecer personas íntegras, unidas por los lazos del amor. Amén.
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