(zenit – 23 noviembre 2020).- Hoy lunes 23 de noviembre de 2020, en “Teología para Millennials”, el sacerdote mexicano Mario Arroyo Martínez, hace un análisis sobre las diferencias entre el cerebro, la mente, el alma y el espíritu.
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Pregunta Leslie: “¿Es lo mismo mente, alma y espíritu?, ¿qué relación tienen con el cerebro? ¿Dice algo la Biblia al respecto?” La antropología bíblica, en concreto la de San Pablo, habla de una división tripartita en el hombre: cuerpo, alma y espíritu. Por ejemplo, 1 Tesalonicenses 5, 23 dice: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo”.
Por su parte, la Epístola a los Hebreos 4, 12 afirma: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de dos filos; penetra hasta la división del alma y del espíritu, de las coyunturas y los tuétanos, y es poderosa para discernir los pensamientos y las intenciones del corazón”.
Sin embargo, esta estructura no ha pasado a formar parte de la antropología cristiana posterior, que la simplifica, diciendo que el hombre está compuesto de cuerpo material y alma espiritual. Con la recepción y sucesiva “cristianización” de Aristóteles en la Edad Media se abandonó el esquema tripartito para expresarse en dos polos: cuerpo y alma, los cuales forman una “unidad sustancial”, es decir, son principios de una misma realidad. El cerebro designa la parte material, el alma la parte espiritual.
El cerebro es la parte corporal, el sustrato físico de toda actividad espiritual en el hombre. Con la palabra “mente” se designa el funcionamiento de ese cerebro, la actividad a la que da lugar: percepción, memoria, imaginación, conocimiento, afectividad.
El gran tema con la mente es si se puede reducir toda su actividad al entrelazamiento de intercambios neuronales a nivel cerebral, o si hay un plus. La mente designa al sujeto o protagonista de esas actividades, es decir, al “yo”, la conciencia, la interioridad, la intimidad. No son procesos que se realizan anónimamente por un cerebro impersonal, sino por un sujeto que tiene conciencia, por la persona, el “yo”.
La dificultad que plantea el funcionamiento de la mente, es que algunas de sus actividades claramente pueden describirse expresando exclusivamente funciones cerebrales (por ejemplo, la memoria o la vida afectiva), mientras que, para otras, la actividad cerebral resulta incompleta o insuficiente (la conciencia y la percepción de las cualidades subjetivas de las experiencias individuales o qualia). La raíz de ello es la unidad de cuerpo y alma, de lo material y lo espiritual en el hombre; unidad que es profunda, no se puede separar con bisturí hasta donde llega el cuerpo y donde comienza el alma.
Entonces, cuando hablas de mente, no te refieres solo a la dimensión espiritual, pues esta se encuentra “corporalizada” en procesos cerebrales (memoria, sentimientos, etc.). Ahora bien, la mente realiza algunas funciones que son propias de un ser espiritual, fundamentalmente el conocimiento intelectual.
El cerebro como órgano, lo es de los sentidos internos, es decir, de la imaginación, memoria e instinto y del conocimiento sensible (como el de los animales). El conocimiento intelectual supone el plus propio de la mente, aunque requiere del cerebro como sustrato para poder realizarse.
Por su parte, el alma es el principio vital del hombre, que tiene una naturaleza metafísica o modo de ser espiritual, radicalmente diferente de todo el universo físico que conocemos, y que le capacita para realizar operaciones intelectuales.
El espíritu designa a la naturaleza metafísica de esa alma. El alma humana es espiritual. Con lo espiritual nos referimos un modo de ser diferente e irreductible a lo material. Ahí radica nuestra imagen y semejanza con Dios, que es Espíritu.
El alma espiritual está en la raíz del “yo”, de la conciencia, de la interioridad de la persona. Indica el sujeto de todos esos actos (aunque como tal, el sujeto tiene también una dimensión corporal, pues no somos espíritus encerrados en un cuerpo). En cuanto designa al “yo”, al sujeto libre (la libertad es una consecuencia de la espiritualidad), en ella se puede dar el pecado.
Cuando digo: “el alma está mal”, me refiero a la dimensión moral. El sujeto hace mal uso de su libertad, dañando a su aspecto espiritual. Cuando digo “la mente está mal”, señalo un mal funcionamiento, ya sea en los procesos cerebrales (y para eso tomas pastillas), o en el modo de procesar las experiencias mentales (y para eso vas a una terapia psicológica).
No tiene una dimensión moral. Una “mente enferma” designa una patología, que puede estar a nivel cerebral, a nivel psicológico -modo de vivir los eventos mentales-, o una mezcla de ambos (vas al psicólogo y al psiquiatra al mismo tiempo). “Espíritu enfermo” en cambio se refiere a la libertad, al pecado y tiene relevancia moral, para remediarlo acudes al sacerdote.
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