Ángelus: El Señor encomienda a cada uno un capital de acuerdo con sus capacidades.

(zenit – 15 nov. 2020).- A las 12 del mediodía de hoy, 15 de noviembre de 2020, el Santo Padre Francisco se asoma a la ventana del estudio del Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro.

A continuación, siguen las palabras de Francisco, según la traducción no oficial ofrecida por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

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Palabras antes del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este penúltimo domingo del año litúrgico, el Evangelio nos presenta la famosa parábola de los talentos (cf. Mt 25, 14-30). Forma parte del discurso de Jesús sobre los últimos tiempos, que precede inmediatamente a su pasión, muerte y resurrección. La parábola cuenta de un rico señor que debe partir y, previendo una larga ausencia, encomienda sus bienes a tres de sus siervos: al primero le encomienda cinco talentos, al segundo dos, al tercero uno. Jesús especifica que la distribución se hace “según la capacidad de cada uno” (v. 15). Así hace el Señor con todos nosotros: nos conoce bien, sabe que no somos iguales y no quiere privilegiar a nadie en detrimento de otros, sino que encomienda a cada uno un capital de acuerdo con sus capacidades.

Durante la ausencia del amo, los dos primeros siervos se esforzaron hasta el punto de duplicar la suma que se les había encomendado. No así el tercer siervo, que esconde su talento en un hoyo: para evitar peligros, lo deja allí, a salvo de los ladrones, pero sin hacerlo fructífero. Llega el momento del regreso del amo, que pide cuentas a sus siervos. Los dos primeros presentan el buen fruto de sus esfuerzos, y el maestro los elogia, los recompensa y los invita a compartir su alegría. El tercero, sin embargo, al darse cuenta de que está en falta, inmediatamente empieza a justificarse diciendo: “Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste, por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo”. (vv. 24-25). Se defiende de su pereza acusando a su amo de ser “duro”. Entonces el amo le recrimina: le llama siervo “malo y perezoso” (v. 26); hace que le quiten su talento y lo echen de su casa.

Esta parábola vale para todos pero, como siempre, especialmente para los cristianos. Todos hemos recibido de Dios un “patrimonio” como seres humanos: en primer lugar la  vida misma, luego las diferentes facultades físicas y espirituales. Como discípulos de Cristo hemos recibido la fe, el Evangelio, el Espíritu Santo, los sacramentos… Estos dones hay que emplearlos para hacer el bien en esta vida, como servicio a Dios y a nuestros hermanos.

Al final de nuestra existencia, en el juicio personal, Dios recompensará con el Paraíso, con la vida eterna, a aquellos que han aprovechado sus dones para hacer el bien. Si, en cambio, pretendo “hacerme el listo”, dejando mis talentos encerrados en una caja fuerte, me excluyo yo solo de la fiesta de Dios, que es la fiesta del Amor. Por ejemplo: si un sacerdote, que ha recibido el Evangelio de Cristo, nunca predica, no hace catequesis, no lleva el Evangelio a los enfermos y a los pobres, ¿cómo podrá entrar en la fiesta de su Señor? ¡Pero, cuidado! No juzguemos a los demás, examinémonos a nosotros mismos. Y no olvidemos que Dios puede salvar al peor de los pecadores.

La Virgen María recibió a Jesús de Dios, pero no se lo guardó para sí misma, se lo dio al mundo, a su pueblo. Aprendamos de ella el temor del Señor, no el miedo. Aprendamos, sobre todo, el amor atento, a ponernos al servicio los unos de los otros. Para que el Señor, a su regreso, nos encuentre así, esforzándonos en hacer fructíferos sus dones.

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