(ZENIT- 20 dic. 2019).- “Dios se hace hombre para darnos la vida” y los sacerdotes son “ministros de la vida”, especialmente en este tiempo de Navidad, cuando, “en muchos lugares, muchos fieles todavía se acercan al Sacramento de la Reconciliación”.
Estas palabras son empleadas por el cardenal Mauro Piacenza, penitenciario mayor de la Penitenciaría Apostólica vaticana, para dirigirse a los sacerdotes confesores en una carta difundida con motivo del santo nacimiento del Señor 2019.
Para el cardenal, “la vida obtenida de Cristo crucificado y resucitado, se da sacramentalmente, es decir, verdaderamente, al hombre en cada confesión”. Y explica que esta es la “esencia misma del cristianismo: es una opción por la vida, contra el dominio del pecado y de la muerte”.
Encontrar la vida, encontrar el amor
De este modo, continúa, “los fieles que humildemente y con la debida disposición se acercan al sacramento de la reconciliación pueden decir con serena certeza: ‘¡He encontrado la vida!’”.
Además, el penitenciario mayor indica que la confesión “consiste en el encuentro con el Amor”. De hecho, “encontrar la vida es encontrar el amor; el amor misericordioso de Dios que perdona, crea y recrea siempre, abriendo al hombre a la caridad”.
Por ello, apunta, “la Navidad del Señor es por excelencia la ‘Fiesta de la Vida’ y, por tanto, la fiesta del amor, del Amor hecho carne”.
Ministros de la misericordia
Para que este encuentro se produzca, especialmente en este tiempo de Navidad en el que “los fieles siguen acercándose al confesionario”, el cardenal invita a los sacerdotes a ser “ministros de la vida, ministros de la misericordia, ministros del único amor que, una y otra vez, se nos da para que nos abramos a Él”.
Del mismo modo, indica que el rasgo dominante a practicar ha de ser “la escucha humilde y fiel, atenta y generosa de las confesiones sacramentales”.
Escucha, prudencia y alegría
Entre las diversas características que el buen confesor debe ostentar siempre, el cardenal Piacenza subraya en primer la “atención en la escucha”, pues “una sola palabra, el tono de voz, un matiz, un asentimiento indirecto, pueden revelar los secretos del alma y permitir el consejo correcto, la palabra correcta, la indicación auténtica del camino”.
Otra característica indispensable es la “prudencia en el juicio”: “Es necesario ser extremadamente prudentes, para no desanimar a las personas en el camino de la fe o en la lucha contra el pecado, e introducir siempre en esa alegría de vida que el sacramento de la Reconciliación está continuamente llamado a devolver”, aclara.
Por último, el penitenciario mayor, apunta que “la alegría” supone un rasgo “que siempre sería bueno conservar”. El Sacramento de la Reconciliación “debe ser siempre, para todos, tanto ministros como penitentes, una «Fiesta de la Fe»: un momento de celebración gozosa de una renovada comunión con Dios y con la Iglesia”, agrega.
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